lunes, 14 de marzo de 2016

De Orchestra soy.

JORNADA TEATRERA.


Unas palabras ante las puertas de la muerte.
¡Gomu Gomu No Theatrón!

Sé que la sinceridad también es elocuente, pero ante la revelación de un sentimiento tan profundo como el que siento en estos instantes, existe una natural vacilación en nuestras palabras, acompañada de algunos silencios incómodos. Con el teatro aprendí que sin importar el número de individuos que estén dispuestos a escucharte, uno debe lanzar las palabras con el mismo amor y aprecio que le provoca el mensaje que desea transmitir, por lo que ahora, estimado público de todos y ninguno, estoy ante ustedes queriendo compartirles un momento especial que tuve, cuya enseñanza me fue llamando gradualmente la atención.
Era plena temporada de presentaciones, mientras que yo había salido recientemente de una horrenda gripe; lo que voy a contarles, sucedió específicamente un día después de una función que tuve, encontrándome en medio de una lenta recuperación, con algunos sentires dolorosos: tuve miedo de morir.
Fue un pensamiento con el que sobresalté después, pero se quedó conmigo durante mucho rato, creyendo sinceramente que ante el nulo desvanecimiento de varios síntomas, pensaba que era el preludio de algo mucho peor. Sé que no es algo del otro mundo, es incluso algo muy vago, algo que muchos de nosotros hemos sentido, pero juro que ahí, en la soledad de mi cama, con la poca obscuridad rodeándome, yo me enfrenté a mi propio infierno, y varias culpas tanto del pasado como del presente. Debido a ello, aunque mi cuerpo se sentía con renovadas fuerzas, mi alma llegó a sentirse vacía, debilitada ante la nostalgia, e invadida por una inesperada ración de amargura. Con esta fragmentación de mi ser, sumándole errores cometidos, y las malas interpretaciones sobre asuntos personales, poco a poco fue formándose una máscara de plenitud, y silencioso martirio, donde trataba, y me obligaba a esconder la interminable angustia del fracaso con una indiferencia marcada hacia el mundo exterior.
No es raro en mí alejarme de la gente, ya que siempre me ha gustado ir a mi rollo por la vida, sin embargo, con todo lo sucedido, en lugar de fluir en aquella pacífica soledad, decidí imponerla tratando de tragarme el dolor, con la burda esperanza de seguir andando. Es increíblemente curioso y conocido como alguien puede lucir tan sonriente en la superficie mientras se está rompiendo por dentro, aunque siempre he dicho que la contradicción es natural en el ser humano, y que al conocerla del todo, podemos hacernos más fuertes ante la búsqueda del equilibrio. Se aproximaba un cambio, como siempre había sido cuando tales sentimientos me invaden, pero en esta ocasión, ocurrió algo un tanto diferente. No sé si llamarle mala costumbre el no buscar ayuda cuando tienes ese tipo de problemas, porque aunque sí confíe en algunas personas, siempre he tenido la necesidad de probarme a mí mismo, y saber que puedo resolver las cosas por mi propia mano…por ello, fue sorpresiva la interferencia de mi madre.
No me malinterpreten, mi madre, siempre ha estado ahí para mí, sólo que de un tiempo acá, con todos los problemas que ha tenido, que hemos tenido juntos, he preferido mantener al margen problemas internos de cualquier índole, por temor a preocuparla más. Pero mi madre, siempre insistente, siempre al pie del cañón, siempre interesada en saber sobre mi sentir, hizo saber su preocupación al verme tan solo durante tanto tiempo, sin salir a ningún lado, en especial sin amigos. Al replicar que tenía amigos, me argumentó que más allá de una labor teatral, no me veía con otros seres humanos el resto de los días semanales, más que por alguna casualidad divina. A partir de ahí, empezó una interesante conversación sobre la razón de esa actitud, por lo que confesé que, más allá de cualquier miedo a abrirme a otras personas, también yacía una cierta repulsión hacia la ideología que impera en la sociedad actual, sobre el popular dicho “así son las cosas”. Sé que suena algo tonto, pero la frase “así son las cosas”, nunca me ha gustado, y menos cuando la acompañan con acciones obtusas e imbéciles. Sea como sea, la razón se volvía obvia: tenía temor a salir y arriesgarme.
Mi madre y yo, a pesar de haber tenido ideas contrarias sobre ciertos temas, siempre ha existido flexibilidad por parte de ambos, y un mutuo acuerdo sellado con comprensión y amor. Gracias a mi madre, en ese momento, me sentí escuchado, y varias de esas dudas se diluyeron; al ver los síntomas aún persistentes de mi pasada enfermedad, me dijo, de forma muy resaltable, que el problema no yacía en mi cuerpo, no en mis músculos, ni en mi físico…sino en mi mente, en mi espíritu donde ardían las llamas de mis sueños. Estaba sufriendo una transformación, una etapa donde se me abrían las puertas a un mundo, un tanto alejado de los mundos imposibles que vislumbre y con los que crecí de pequeño. La vida ya no era un juego, sino un constante luchar por sobrevivir, y eso, al menos al niño que siempre ha persistido en mi ser, le aterraba de sobremanera.
El día de la segunda presentación, el reciente domingo seis de marzo, seis días antes de cumplir un año más de vida en esta tierra, aquella mañana donde me alistaba para acudir al lugar de encuentro con mis hermanos actores, a las primeras seis horas, mi madre también se había despertado, y estuvo junto conmigo hasta que partí. Tal suceso, me hizo recordar las millones de veces que, cuando aún iba a la escuela, sin importar que fuera secundaria, preparatoria o universidad, ella siempre se levantaba junto conmigo, siempre con la firme convicción de verme salir. Al regreso de mi aventura, no pude evitar derramar lágrimas al pensar nuevamente en mi madre, y todos los momentos que se ha mantenido a mi lado sin importar qué. No importaba que ella no pudiera venir a verme sobre el escenario, ya que el asombro y orgullo que sentía por su hijo lo demostraba con pequeñas cosas, como cuando me dice “duérmete temprano para que tengas energía mañana”, “que te vaya de la mierda”, desconociendo lo equivocado de la frase, “que tengas mucha suerte”, sin saber lo contraproducente que podría resultar en la vida de un actor, incluso cuando me dice “mira hijo, lavé los pantalones de tu personaje”…todo ello me hacía comprender, que aunque faltara su presencia, aunque fuera en la soledad de su habitación o en el lugar que fuere, en los instantes donde sabía que mis pies pisaban un escenario, ella me hacía sentir todo su amor y orgullo desde donde estaba, una gran satisfacción de ver como su pequeño escuincle solitario se atrevió salir al mundo para lograr algo mucho más grande.
Si, efectivamente, tuve miedo a la muerte, pero de cierta forma morí para renacer, comprendiendo que la razón por la cual mi propia madre hace tantas cosas por mí, sin importar qué, es porque ella ve en mí un enorme potencial aún dormido, o que al menos no he despertado del todo, por estas mismas dudas que me han estado acosando.
En mí pude ver un cambio, y por ende, en toda la compañía. Desde aquel momento en que David Arneth Cohen, nuestro director teatral, comenzó nuestro ensayo un día antes de la presentación, hasta el instante donde nos estuvieron corriendo de los camerinos con los minutos contados, pude darme cuenta del enorme crecimiento que ha tenido la compañía con el pasar de los segundos. A mí me sigue sorprendiendo que el aniversario de Orchestra Artes Escénicas, diecisiete años cumplidos, se haya hecho tan pronto, cuando en mi sentir apenas pasaron un par de días cuando se cumplieron los primeros dieciséis. Sé que podría sonar como algo ya obvio, algo que ya se mencionó, pero me permití disfrutar como la compañía, todos nosotros, hemos alcanzado un nuevo nivel, y ante ese nivel, las posibilidades se fragmentan a nuestro favor. Los viejos tiempos, igual, son irremplazables: el placer de la incertidumbre ante los murmullos de un público, los primeros enfrentamientos al monstruos de cincuenta mil cabezas, las primeras palabras dichas en un escenario, el desarrollo de una técnica lograda a través de tropiezo tras tropiezo, y la inocencia de querer ser observado y escuchado dentro de una gran historia.
Igual confesaré, que en mi periodo de transición, provocó que riesgosamente casi cayera en la indiferencia, en la nula sensación del disfrute. El dolor de las dudas, el temor de un final desastroso, todo ello recorrió mi mente en tantas ocasiones, pero que se vieron superados por la extraordinaria sensación combativa de una actuación sobre el escenario. Cuando actúo, persisto en creer que lo que siento es comparable a lo que sintieron mis héroes de la infancia ante retos grandísimos, donde plagados de dolor, surcando sus límites, siguieron en pie, luchando hasta el último aliento. Es un amigable pensar con el que concluí en esta ocasión, aclarando que en todas las veces donde me he encontrado con nuevas obras de Orchestra, siempre he experimentado un orgasmo teatral único.

Y ante la superación de un nuevo nivel, nuevos caminos se abren, el nivel de dificultad se eleva, y nuevos retos se asoman en el horizonte. El triunfo se visualiza ante la profundización de un mensaje, el impacto enaltecido de unas certeras palabras en el pensamiento de otro, por lo que nos corresponde sorprendernos ante nuevas historias que contar, que mantengan nuestro ideal en la cima de un atardecer, silbando poderoso en el viento: yo soy el director de mi propia vida.

La imagen utilizada no es de mi pertenencia en ningún sentido.
La propiedad de la misma es exclusivamente de su creador.
Su uso es con el objetivo de enseñar y entretener.
Aclarado ello, gracias por su atención.

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