JORNADA TEATRERA.
Unas palabras ante las puertas de la muerte.
¡Gomu Gomu No Theatrón!
Sé que la sinceridad también es
elocuente, pero ante la revelación de un sentimiento tan profundo como el que
siento en estos instantes, existe una natural vacilación en nuestras palabras,
acompañada de algunos silencios incómodos. Con el teatro aprendí que sin
importar el número de individuos que estén dispuestos a escucharte, uno debe
lanzar las palabras con el mismo amor y aprecio que le provoca el mensaje que
desea transmitir, por lo que ahora, estimado público de todos y ninguno, estoy
ante ustedes queriendo compartirles un momento especial que tuve, cuya
enseñanza me fue llamando gradualmente la atención.
Era plena temporada de
presentaciones, mientras que yo había salido recientemente de una horrenda
gripe; lo que voy a contarles, sucedió específicamente un día después de una
función que tuve, encontrándome en medio de una lenta recuperación, con algunos
sentires dolorosos: tuve miedo de morir.
Fue un pensamiento con el que
sobresalté después, pero se quedó conmigo durante mucho rato, creyendo
sinceramente que ante el nulo desvanecimiento de varios síntomas, pensaba que
era el preludio de algo mucho peor. Sé que no es algo del otro mundo, es
incluso algo muy vago, algo que muchos de nosotros hemos sentido, pero juro que
ahí, en la soledad de mi cama, con la poca obscuridad rodeándome, yo me
enfrenté a mi propio infierno, y varias culpas tanto del pasado como del
presente. Debido a ello, aunque mi cuerpo se sentía con renovadas fuerzas, mi
alma llegó a sentirse vacía, debilitada ante la nostalgia, e invadida por una
inesperada ración de amargura. Con esta fragmentación de mi ser, sumándole
errores cometidos, y las malas interpretaciones sobre asuntos personales, poco
a poco fue formándose una máscara de plenitud, y silencioso martirio, donde
trataba, y me obligaba a esconder la interminable angustia del fracaso con una
indiferencia marcada hacia el mundo exterior.
No es raro en mí alejarme de la
gente, ya que siempre me ha gustado ir a mi rollo por la vida, sin embargo, con
todo lo sucedido, en lugar de fluir en aquella pacífica soledad, decidí
imponerla tratando de tragarme el dolor, con la burda esperanza de seguir
andando. Es increíblemente curioso y conocido como alguien puede lucir tan
sonriente en la superficie mientras se está rompiendo por dentro, aunque
siempre he dicho que la contradicción es natural en el ser humano, y que al
conocerla del todo, podemos hacernos más fuertes ante la búsqueda del equilibrio.
Se aproximaba un cambio, como siempre había sido cuando tales sentimientos me
invaden, pero en esta ocasión, ocurrió algo un tanto diferente. No sé si
llamarle mala costumbre el no buscar ayuda cuando tienes ese tipo de problemas,
porque aunque sí confíe en algunas personas, siempre he tenido la necesidad de
probarme a mí mismo, y saber que puedo resolver las cosas por mi propia
mano…por ello, fue sorpresiva la interferencia de mi madre.
No me malinterpreten, mi madre,
siempre ha estado ahí para mí, sólo que de un tiempo acá, con todos los
problemas que ha tenido, que hemos tenido juntos, he preferido mantener al
margen problemas internos de cualquier índole, por temor a preocuparla más.
Pero mi madre, siempre insistente, siempre al pie del cañón, siempre interesada
en saber sobre mi sentir, hizo saber su preocupación al verme tan solo durante
tanto tiempo, sin salir a ningún lado, en especial sin amigos. Al replicar que
tenía amigos, me argumentó que más allá de una labor teatral, no me veía con
otros seres humanos el resto de los días semanales, más que por alguna
casualidad divina. A partir de ahí, empezó una interesante conversación sobre
la razón de esa actitud, por lo que confesé que, más allá de cualquier miedo a
abrirme a otras personas, también yacía una cierta repulsión hacia la ideología
que impera en la sociedad actual, sobre el popular dicho “así son las cosas”.
Sé que suena algo tonto, pero la frase “así son las cosas”, nunca me ha
gustado, y menos cuando la acompañan con acciones obtusas e imbéciles. Sea como
sea, la razón se volvía obvia: tenía
temor a salir y arriesgarme.
Mi madre y yo, a pesar de haber
tenido ideas contrarias sobre ciertos temas, siempre ha existido flexibilidad
por parte de ambos, y un mutuo acuerdo sellado con comprensión y amor. Gracias
a mi madre, en ese momento, me sentí escuchado, y varias de esas dudas se
diluyeron; al ver los síntomas aún persistentes de mi pasada enfermedad, me
dijo, de forma muy resaltable, que el problema no yacía en mi cuerpo, no en mis
músculos, ni en mi físico…sino en mi mente, en mi espíritu donde ardían las
llamas de mis sueños. Estaba sufriendo una transformación, una etapa donde se
me abrían las puertas a un mundo, un tanto alejado de los mundos imposibles que
vislumbre y con los que crecí de pequeño. La vida ya no era un juego, sino un
constante luchar por sobrevivir, y eso, al menos al niño que siempre ha
persistido en mi ser, le aterraba de sobremanera.
El día de la segunda
presentación, el reciente domingo seis de marzo, seis días antes de cumplir un
año más de vida en esta tierra, aquella mañana donde me alistaba para acudir al
lugar de encuentro con mis hermanos actores, a las primeras seis horas, mi
madre también se había despertado, y estuvo junto conmigo hasta que partí. Tal suceso,
me hizo recordar las millones de veces que, cuando aún iba a la escuela, sin
importar que fuera secundaria, preparatoria o universidad, ella siempre se
levantaba junto conmigo, siempre con la firme convicción de verme salir. Al
regreso de mi aventura, no pude evitar derramar lágrimas al pensar nuevamente
en mi madre, y todos los momentos que se ha mantenido a mi lado sin importar
qué. No importaba que ella no pudiera venir a verme sobre el escenario, ya que
el asombro y orgullo que sentía por su hijo lo demostraba con pequeñas cosas,
como cuando me dice “duérmete temprano
para que tengas energía mañana”, “que te vaya de la mierda”, desconociendo
lo equivocado de la frase, “que tengas
mucha suerte”, sin saber lo contraproducente que podría resultar en la vida
de un actor, incluso cuando me dice “mira
hijo, lavé los pantalones de tu personaje”…todo ello me hacía comprender,
que aunque faltara su presencia, aunque fuera en la soledad de su habitación o en
el lugar que fuere, en los instantes donde sabía que mis pies pisaban un
escenario, ella me hacía sentir todo su amor y orgullo desde donde estaba, una
gran satisfacción de ver como su pequeño escuincle solitario se atrevió salir
al mundo para lograr algo mucho más grande.
Si, efectivamente, tuve miedo a
la muerte, pero de cierta forma morí para renacer, comprendiendo que la razón
por la cual mi propia madre hace tantas cosas por mí, sin importar qué, es
porque ella ve en mí un enorme potencial aún dormido, o que al menos no he
despertado del todo, por estas mismas dudas que me han estado acosando.
En mí pude ver un cambio, y por
ende, en toda la compañía. Desde aquel momento en que David Arneth Cohen, nuestro director teatral, comenzó nuestro
ensayo un día antes de la presentación, hasta el instante donde nos estuvieron
corriendo de los camerinos con los minutos contados, pude darme cuenta del
enorme crecimiento que ha tenido la compañía con el pasar de los segundos. A mí
me sigue sorprendiendo que el aniversario de Orchestra Artes Escénicas, diecisiete años cumplidos, se haya hecho
tan pronto, cuando en mi sentir apenas pasaron un par de días cuando se
cumplieron los primeros dieciséis. Sé que podría sonar como algo ya obvio, algo
que ya se mencionó, pero me permití disfrutar como la compañía, todos nosotros,
hemos alcanzado un nuevo nivel, y ante ese nivel, las posibilidades se
fragmentan a nuestro favor. Los viejos tiempos, igual, son irremplazables: el
placer de la incertidumbre ante los murmullos de un público, los primeros
enfrentamientos al monstruos de cincuenta mil cabezas, las primeras palabras
dichas en un escenario, el desarrollo de una técnica lograda a través de
tropiezo tras tropiezo, y la inocencia de querer ser observado y escuchado
dentro de una gran historia.
Igual confesaré, que en mi periodo
de transición, provocó que riesgosamente casi cayera en la indiferencia, en la
nula sensación del disfrute. El dolor de las dudas, el temor de un final
desastroso, todo ello recorrió mi mente en tantas ocasiones, pero que se vieron
superados por la extraordinaria sensación combativa de una actuación sobre el
escenario. Cuando actúo, persisto en creer que lo que siento es comparable a lo
que sintieron mis héroes de la infancia ante retos grandísimos, donde plagados
de dolor, surcando sus límites, siguieron en pie, luchando hasta el último
aliento. Es un amigable pensar con el que concluí en esta ocasión, aclarando
que en todas las veces donde me he encontrado con nuevas obras de Orchestra,
siempre he experimentado un orgasmo teatral único.
Y ante la superación de un nuevo
nivel, nuevos caminos se abren, el nivel de dificultad se eleva, y nuevos retos
se asoman en el horizonte. El triunfo se visualiza ante la profundización de un
mensaje, el impacto enaltecido de unas certeras palabras en el pensamiento de
otro, por lo que nos corresponde sorprendernos ante nuevas historias que
contar, que mantengan nuestro ideal en la cima de un atardecer, silbando
poderoso en el viento: yo soy el director
de mi propia vida.
La imagen utilizada no es de mi pertenencia en ningún sentido.
La propiedad de la misma es exclusivamente de su creador.
Su uso es con el objetivo de enseñar y entretener.
Aclarado ello, gracias por su atención.
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