martes, 5 de enero de 2016

MI VERDAD.

MI VERDAD.

O también llamado…
La prueba inminente de que un ensayo me ayuda más que una sesión psicológica.

Aclaraciones introductorias.

Lo que estoy a punto de hacer, aquí y ahora, lo considero el escrito más demandante de toda mi vida, quizá no tanto por la técnica y la narrativa, pero si por su significado, y cómo este es percibido por quien desee leerlo (aunque eso último ni me va ni me viene, a menos que sea algo constructivo y sincero). Una mañana filosofé sobre esa gran mentira que siempre vienen a decirnos acerca de “siempre llega el momento en la vida de todo ser”, cuando en realidad, siempre es el momento preciso para cambiarlo todo, de verte a ti mismo y hacer lo que te definirá para toda tu vida. Hoy es uno de esos momentos, y decido expresarlo de esta forma. ¿Qué me impulsó a hacer este ensayo?, ¿la ausencia de alegrías?, ¿comentarios inútiles?, ¿el desentendimiento total y consciente que tengo con mi familia?, ¿un “berrinche”?, ¿encuentros o ensoñaciones?, ¿mi asco hacia cierto tipo de gente?, ¿la confianza y el amor que tengo hacia mí?, ¿mis atesorados recuerdos de la infancia?, ¿la expresión de mi arte y querer avanzar? No sé, quizá todo lo anterior, y mucho más.
¿De qué va este ensayo? Pues, aunque toque superficialmente otros temas, estas palabras están decididas a versar sobre mí y lo que soy, por ello el título. Muchos preguntarían, ¿entonces por qué mejor no lo guardo para mí?, ¿acaso tienes un ego tan grande que decides hacerte famoso a través de anécdotas tristes de tu vida? Si, estúpidamente muchos pueden pensar eso, pero la realidad es otra, una que me encargaré de plasmar a continuación. ¿Por qué comparto esto así? Dos sencillas razones, y la primera ya la saben: me da la gana…y la segunda, con sencillez, he decidido no ocultarme por más tiempo.
No haciéndome el tonto, sé quiénes con exactitud, serán los primeros en leer esto y comprenderlo, o al menos así lo concibo, porque aunque continuamente proclamo que no dependo de los seguidores ni de lo que comenten, y agradecerme a mí en primer lugar porque he visto en mi trabajo una evolución extraordinaria, si sé apreciar con timidez y nerviosismo el reconocimiento de mis andanzas. Aunque para muchos no queda claro, ¿verdad?, pero nunca me cansaré de contradecir dichos argumentos con un humilde “gracias”.
Para concluir con esta sección, explicaré una razón sustancial para la elaboración de estos párrafos. En muchas ocasiones me han sugerido (obligado, gritado, amenazado y humillado), con que realice la tan llamada “sesión psicológica”, para ayudarme con mis problemas internos, cosa a la cual me he rehusado en múltiples maneras. Quiero explicarles la razón por la cual no lo he hecho, y para ello, iniciaré con una anécdota personal que tuve conmigo mismo en mi habitación, al preguntarme las similitudes entre la filosofía y la psicología.
Buscando diversos artículos y páginas que trataran del tema en cuestión, empecé a recordar mis clases universitarias de Ética, donde un profesor llamado Israel Guerrero, nos lo enseñaba desde una perspectiva más filosófica. A raíz de esas clases, y reflexiones propias de esas enseñanzas, concluí que tanto la filosofía como la psicología son perspectivas que se expanden en determinadas ramas de la realidad, siendo que cada una se especializa en una unidad en cuestión. Por lo tanto, debido que ambas son ciencias, ramas, investigaciones o reflexiones en campos ligeramente unidos, pero en su mayoría muy separados, no poseen el mismo efecto o impacto en las personas, siendo que ambas no existen para dar respuesta a las inquietudes de la conciencia, sino a tomar eso como testimonio de algo más grande, aunque ese punto ya es mucho más debatible. Mi punto es, que aunque considero a la psicología una ciencia magistralmente útil, rica y hermosa en cuanto a este tipo de procesos, además de que se me podría contra-argumentar con el hecho de que nunca he estado como tal en una de esas sesiones con el psicólogo, siento a mi ser más encaminado a encontrar respuestas filosofándome a mí mismo, que psicoanalizándome; sé que también al aventurarme en mi interior, se produciría este punto medio entre ambas, que ante la mezcla de tales perspectivas, se encuentre respuesta a alguna inquietud de mi interior, ¡sé que existe la posibilidad!, y sería muy disfrutable. Además, si realmente estuviera tan “mal”, como algunos de mis familiares proclaman (gritan, berrean, insultan y burlan), creo que no haría un escrito como este para empezar.
Como en todo lo que hacemos, he tenido mis dudas con este trabajo, incluso “arrepentimiento”, que es algo muy difícil que llegue a sentir cuando de escribir se trata, pero mi decisión ya la he tomado, y quiero ir con ella hasta el final. Con mi verborrea inicial acabada, sólo quiero agradecerme a mí mismo por mi esfuerzo, y está implícito que agradezco a todo aquél que decida por conciencia propia, esencia prima, leer mis palabras.

Sólo confía en ti mismo.
El lado obscuro del atardecer.

Si me pidieran responder, ya sea en vida o ya sea en muerte, al preguntarme una de las características más notables de la humanidad, yo diría en respuesta su inevitable y natural contradicción, ya que ésta se ha conocido en múltiples formas desde el mismo inicio de toda la historia humana. El tema de la confianza, para mí, ha sido siempre un cuento de nunca acabar, debido a que diversas experiencias en mi vida han convertido la confianza en mí, en la confianza sólo en mí, pasando en veces de mi mayor virtud a mi gran maldición.
Siempre he evitado contar acerca de mis verdaderos inicios, ya que no son particulares o notorios, pero si esenciales para comprenderme. Mis comienzos, mi vida, mi infancia, mi niñez, puedo definirla como una serie de circunstancias ligadas por el azar y la consecuencia, cuya secuencialidad es reflejo directo de mi formación y personalidad actual.
Con total sinceridad tengo recuerdos muy vagos en cuanto a algunas partes que conforman el cuadro completo de mi infancia, sin embargo, he conservado partes muy específicas hasta el día de hoy, y quiero compartir que dos de las primeras piezas que junté dentro de mí fueron, afortunadamente y desafortunadamente, la comodidad y la violencia.
Con la comodidad, me refiero a que tuve un techo, una cama, comida, atención y cariño por parte de mis allegados, pero más que nadie, de mi mamá, la cual, se encargó de malcriarme dándome todo lo que quisiera e introduciéndome al maravilloso mundo de las caricaturas, que hasta el cansancio he enaltecido. En cuanto a la violencia, no la sentí de primera mano, ya que mi mamá se encargó de que nadie me pusiera un dedo encima, aunque debo decir, que si fui testigo directo de cómo alguien la recibía, llámese mi prima, mi abuela…o incluso mi madre. ¡Ah!, disculpen si me pongo un poco sentimental, es que, es la primera vez que lo cuento, pero en fin, prosigo. Ya sea a manera de gritos, de regaños, de golpes, de insultos, entre otros, siempre podía observar y oír en primera fila todo lo sucedido, por lo que quedaron en mi mente, en mi corazón y en mi alma, momentos demasiado específicos de ese tema, y que no revelaré por las obvias razones de la prosa y la privacidad. Debido a que mi ser de la infancia estaba bajo ese contexto, decidía encerrarse en su habitación, conviviendo con sus personajes favoritos y sus aventuras, soñando que algún día, pudiera ser como ellos, caminar en el atardecer y vivir grandes hazañas. ¿Qué puedo decir ante eso?, que quizá, sólo quizá, cometí el error de omitir la realidad en lugar de enfrentarla, ya que corría el riesgo de concebirlo como algo natural en mi vida, y pecar de indiferencia; esto es uno de los puntos que admiro de mí mismo, ya que hasta la fecha, ante cualquier grito, ante cualquier golpe, ante cualquier insulto, soy consciente de que no me he acostumbrado en lo más mínimo, ya que de lo contrario, no me enfadaría, como lo he hecho en ultimadas ocasiones ante aquellos que intentan enseñarme con su concepción errónea de educación a base de griteríos y pataleos.
Consecuentemente, entré a la escuela, y con ella, una gran etapa de sufrimiento en mi vida, porque si sufrí cierto acoso escolar. ¿Por qué lo sufría?, ¿por mi amabilidad?, ¿por no ir a fiestas?, ¿porque no me gustaban las demás cosas que le gustaban a los demás?, ¿porque me gustaba dibujar en lugar de aprender a tocar la guitarra? Y en serio, me permito discutir eso con mayor profundidad, porque está ligado a una anécdota que redondeará toda esta parte. Desde primaria, hasta la preparatoria, y un poco de la universidad, siempre estuvo el dichoso tema con la bendita guitarra, ya que no sé qué clase de pinche estatus sagrado y mágico te ofrecía tal instrumento, pero al parecer el suficiente para pasar de insecto a dios, o como yo lo veía, de insecto a cretino. Y no quiero malentenderme de todas aquellas personas que tocan la guitarra, ya que comprendo tal arte y se me hace una manifestación musical magnífica, pero lo que a mí me molestaba era la frase que me vendían durante toda mi vida escolar de “aprende a tocar guitarra y te dejarán de molestar”, a lo que proclamaba, con sincera humildad, de que yo no poseía ese don, y no me encontraba a mí mismo en tal proceso. Ligado a eso, me recordó una exposición que hicimos acerca de la delincuencia juvenil, y el cómo todos mis compañeros de ese entonces, en la secundaria, optaban por ella a favor, ya que si no pertenecías a una, te molestaban siempre; no recuerdo lo que dije ese día, pero me recuerdo a mí, silencioso en mi banca, pensando en que no estaba de acuerdo con ello.
Yéndome sobre ese punto, el acoso sufrido durante mi etapa escolar, tanto en las situaciones más absurdas como en las más horribles, tales experiencias me dejaron un mal sabor de boca, y un conflicto eterno en cuanto a mis relaciones interpersonales, en especial con las que se enfatizaba el uso de “bromas”, para poder pertenecer. Debido a esos tratos, yo siempre tuve en baja estima a personas que encontraran gracioso divertirse a costa de otras, además de sentir cierto asco por las personas que molestaban con el único objetivo de sentirse importantes, y por ello, siempre prefería pasármela solo. Algunas personas cercanas me diagnosticaron tal percepción como “el mal de la literalidad”, y si, tenían cierta razón. Con el pasar del tiempo, pude progresar en ese ámbito, ya que aprendí a burlarme de mí mismo, y aprender a apreciar las cosas de quien viene, no porque desee divertirse a costa tuya, sino que así expresa un “te quiero, ve con Dios”. Pero eso no quita que siga teniendo cierto “miedo”, o “preocupación”, cuando se molesta a alguien, ya que aunque me pueda reír, y si la otra persona en dado caso se ofende de verdad, me sentiría terrible al saber que yo fui parte de eso. Además, de que a pesar de mis progresos, ciertamente, no dejo de tener cierto aborrecimiento por ese tipo de personas, un resentimiento verdaderamente profundo, el cual provoca varios de mis silencios.
El primer verdadero momento de partición que tuve en mi vida, fue con la llegada del teatro, y un grupo de personas que a leguas se les notaba por qué estaban ahí y qué es lo que querían. El grupo Aquelarre, y por consiguiente, Orchestra Artes Escénicas, me impactó en todos los sentidos, siendo que no sólo me cobijaron, no sólo me enseñaron, no sólo me hicieron ver el mundo con otra perspectiva, sino que me hicieron darme cuenta de que yo siempre fui alguien extraordinario, sólo que no quería verlo. Sin embargo, sean peras o manzanas, me permitieron realizar un análisis más detallado de mí mismo, la cual, como dije, habla del contexto de mi niñez reflejado por consecuencia al día de hoy.
Aunque yo prefería estar siempre enrollado en mi mundo de fantasía y caricaturas, poseía una enorme curiosidad acerca del “mundo exterior”, y la pertenencia propia de mi ser al mismo. Una vez que en teatro encontré esa pertenencia, desde mi primera obra, mi primer protagónico, creí que la exaltación de mi me haría alcanzar una mayor satisfacción, pero cuando no lo lograba debido a errores o que sencillamente no debía resaltar, aunque estaba esta tendencia a no externarlo, igual existía este malestar, esta culpa, que en veces se podía transformar en indecisión, y de ahí, en contradicción, la cual provocaba continuamente disonancias entre lo que creía y lo que hacía.
Cuando fui consciente de tal actuar, empecé a moderarme, a analizarme continuamente, reflexionar quién era y qué quería, pero sobre todo, a valorar un poco más mis triunfos obtenidos y los conocimientos alcanzados. Tal apreciación me permitió cortar de raíz con cuestiones que me frenaban, ignorar las críticas, aprovechar mis habilidades, y obtener mayores recompensas. Sin embargo, he de decirlo, llegó a tal punto que me desvié.
El constate apreciar de mis hazañas y triunfos personales empecé a hacerlo con el único objetivo de no envidiar los triunfos ajenos, y ante tal fin, empecé a enfermarme de soberbia, la que me hizo tomar algunas decisiones un tanto deplorables y otras muchísimo peores. Con lo que he aprendido me he dado cuenta que no se debe pelear con estas sensaciones, ya que son parte de uno por obviedad, pero si alimentas unas partes de ti más que otras, caes en el desequilibrio, el cual termina por perjudicarte, sin mencionar las consecuencias que generas para después y que no siempre estás dispuesto a enfrentar.
Tanta soberbia, ligada a tanta ira y a tanto odio que he sentido debido a muchas situaciones personales, provocaron que llevara este “sólo puedes confiar en ti mismo”, a todos los niveles de mi vida, cortando lazos con muchas personas. Tal problemática no es sólo reciente, sino que como he argumentado, ha sido un tema de nunca acabar desde tiempos inmemoriales en mi vida.
Hace mucho discutí un problema con alguien acerca de la comunicación, si ésta realmente existía o si tan sólo era una invención producto de percepciones cerradas. Yo creo que gran parte del problema de la comunicación universal, este estudio del malentendido y su remedio, tiene que ver con la falta de vulnerabilidad que tenemos los seres humanos y que desgraciadamente conseguimos con la experiencia. Los caminos al equilibrio son muchísimos, y aunque se consiga, éste no dura para siempre, ya que la intermitencia de la vida nos hace sentir el vaivén de la existencia, siendo que en veces nos infunde el temor que nos impide cruzar el próximo umbral. Así me siento ahora mismo, porque como dije, cada momento es el momento para cambiarlo todo.
Si, sé lo que me sucede, lo he sabido todo el tiempo. Me encuentro atrapado en la indecisión, en una encrucijada…ante la decepción que he tenido con mi familia, con amores, y con diversas personas, no me atrevo a confiar en alguien que no sea yo, por temor a ser decepcionado nuevamente. Y sin embargo, la vida sigue. Y si, tomé mi decisión antes siguiera de escribir la primera palabra.
Sé que no será sencillo, pero si la imaginación humana puede albergar todas las posibilidades de la existencia, y palparlas en el más tenebroso arte o la más sublime alevosía, yo considero posible culminar con mi fe y viajar a nuevos caminos.
Así, con mi resentimiento por la gente, mi contradicción en mí actuar, la inocencia de mis decisiones, la soberbia en mis saberes, mi enojo sobre lo ajeno, la indiferencia al prójimo, mi preocupación de los demás y la fe de tiempos venideros, continuaré viajes de ida y vuelta por terrenos inhóspitos; con mis creencias y mis acciones, mi don y mi maldición, proclamaré mi verdad, la vulnerabilidad e invulnerabilidad en un solo ente: la confianza en mí mismo, y la confianza sólo en mí mismo.

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