MI VERDAD.
O también llamado…
La prueba inminente de que un ensayo
me ayuda más que una sesión psicológica.
Aclaraciones introductorias.
Lo
que estoy a punto de hacer, aquí y ahora, lo considero el escrito más
demandante de toda mi vida, quizá no tanto por la técnica y la narrativa, pero
si por su significado, y cómo este es percibido por quien desee leerlo (aunque
eso último ni me va ni me viene, a menos que sea algo constructivo y sincero).
Una mañana filosofé sobre esa gran mentira que siempre vienen a decirnos acerca
de “siempre llega el momento en la vida de todo ser”, cuando en realidad,
siempre es el momento preciso para cambiarlo todo, de verte a ti mismo y hacer
lo que te definirá para toda tu vida. Hoy es uno de esos momentos, y decido
expresarlo de esta forma. ¿Qué me impulsó a hacer este ensayo?, ¿la ausencia de
alegrías?, ¿comentarios inútiles?, ¿el desentendimiento total y consciente que
tengo con mi familia?, ¿un “berrinche”?, ¿encuentros o ensoñaciones?, ¿mi asco
hacia cierto tipo de gente?, ¿la confianza y el amor que tengo hacia mí?, ¿mis
atesorados recuerdos de la infancia?, ¿la expresión de mi arte y querer
avanzar? No sé, quizá todo lo anterior, y mucho más.
¿De
qué va este ensayo? Pues, aunque toque superficialmente otros temas, estas
palabras están decididas a versar sobre mí y lo que soy, por ello el título.
Muchos preguntarían, ¿entonces por qué mejor no lo guardo para mí?, ¿acaso
tienes un ego tan grande que decides hacerte famoso a través de anécdotas
tristes de tu vida? Si, estúpidamente muchos pueden pensar eso, pero la
realidad es otra, una que me encargaré de plasmar a continuación. ¿Por qué
comparto esto así? Dos sencillas razones, y la primera ya la saben: me da la
gana…y la segunda, con sencillez, he decidido no ocultarme por más tiempo.
No
haciéndome el tonto, sé quiénes con exactitud, serán los primeros en leer esto
y comprenderlo, o al menos así lo concibo, porque aunque continuamente proclamo
que no dependo de los seguidores ni de lo que comenten, y agradecerme a mí en primer
lugar porque he visto en mi trabajo una evolución extraordinaria, si sé
apreciar con timidez y nerviosismo el reconocimiento de mis andanzas. Aunque
para muchos no queda claro, ¿verdad?, pero nunca me cansaré de contradecir
dichos argumentos con un humilde “gracias”.
Para
concluir con esta sección, explicaré una razón sustancial para la elaboración
de estos párrafos. En muchas ocasiones me han sugerido (obligado, gritado,
amenazado y humillado), con que realice la tan llamada “sesión psicológica”, para
ayudarme con mis problemas internos, cosa a la cual me he rehusado en múltiples
maneras. Quiero explicarles la razón por la cual no lo he hecho, y para ello,
iniciaré con una anécdota personal que tuve conmigo mismo en mi habitación, al
preguntarme las similitudes entre la filosofía y la psicología.
Buscando
diversos artículos y páginas que trataran del tema en cuestión, empecé a
recordar mis clases universitarias de Ética, donde un profesor llamado Israel
Guerrero, nos lo enseñaba desde una perspectiva más filosófica. A raíz de esas
clases, y reflexiones propias de esas enseñanzas, concluí que tanto la
filosofía como la psicología son perspectivas que se expanden en determinadas
ramas de la realidad, siendo que cada una se especializa en una unidad en cuestión.
Por lo tanto, debido que ambas son ciencias, ramas, investigaciones o
reflexiones en campos ligeramente unidos, pero en su mayoría muy separados, no
poseen el mismo efecto o impacto en las personas, siendo que ambas no existen
para dar respuesta a las inquietudes de la conciencia, sino a tomar eso como
testimonio de algo más grande, aunque ese punto ya es mucho más debatible. Mi
punto es, que aunque considero a la psicología una ciencia magistralmente útil,
rica y hermosa en cuanto a este tipo de procesos, además de que se me podría
contra-argumentar con el hecho de que nunca he estado como tal en una de esas
sesiones con el psicólogo, siento a mi ser más encaminado a encontrar
respuestas filosofándome a mí mismo, que psicoanalizándome; sé que también al
aventurarme en mi interior, se produciría este punto medio entre ambas, que
ante la mezcla de tales perspectivas, se encuentre respuesta a alguna inquietud
de mi interior, ¡sé que existe la posibilidad!, y sería muy disfrutable.
Además, si realmente estuviera tan “mal”, como algunos de mis familiares
proclaman (gritan, berrean, insultan y burlan), creo que no haría un escrito
como este para empezar.
Como en todo lo que
hacemos, he tenido mis dudas con este trabajo, incluso “arrepentimiento”, que
es algo muy difícil que llegue a sentir cuando de escribir se trata, pero mi
decisión ya la he tomado, y quiero ir con ella hasta el final. Con mi verborrea
inicial acabada, sólo quiero agradecerme a mí mismo por mi esfuerzo, y está
implícito que agradezco a todo aquél que decida por conciencia propia, esencia
prima, leer mis palabras.
Sólo confía en ti mismo.
El lado obscuro del atardecer.
Si
me pidieran responder, ya sea en vida o ya sea en muerte, al preguntarme una de
las características más notables de la humanidad, yo diría en respuesta su
inevitable y natural contradicción, ya que ésta se ha conocido en múltiples
formas desde el mismo inicio de toda la historia humana. El tema de la
confianza, para mí, ha sido siempre un cuento de nunca acabar, debido a que
diversas experiencias en mi vida han convertido la confianza en mí, en la
confianza sólo en mí, pasando en veces de mi mayor virtud a mi gran maldición.
Siempre
he evitado contar acerca de mis verdaderos inicios, ya que no son particulares
o notorios, pero si esenciales para comprenderme. Mis comienzos, mi vida, mi
infancia, mi niñez, puedo definirla como una serie de circunstancias ligadas
por el azar y la consecuencia, cuya secuencialidad es reflejo directo de mi
formación y personalidad actual.
Con
total sinceridad tengo recuerdos muy vagos en cuanto a algunas partes que
conforman el cuadro completo de mi infancia, sin embargo, he conservado partes
muy específicas hasta el día de hoy, y quiero compartir que dos de las primeras
piezas que junté dentro de mí fueron, afortunadamente y desafortunadamente, la
comodidad y la violencia.
Con
la comodidad, me refiero a que tuve un techo, una cama, comida, atención y
cariño por parte de mis allegados, pero más que nadie, de mi mamá, la cual, se
encargó de malcriarme dándome todo lo que quisiera e introduciéndome al
maravilloso mundo de las caricaturas, que hasta el cansancio he enaltecido. En
cuanto a la violencia, no la sentí de primera mano, ya que mi mamá se encargó
de que nadie me pusiera un dedo encima, aunque debo decir, que si fui testigo
directo de cómo alguien la recibía, llámese mi prima, mi abuela…o incluso mi
madre. ¡Ah!, disculpen si me pongo un poco sentimental, es que, es la primera
vez que lo cuento, pero en fin, prosigo. Ya sea a manera de gritos, de regaños,
de golpes, de insultos, entre otros, siempre podía observar y oír en primera
fila todo lo sucedido, por lo que quedaron en mi mente, en mi corazón y en mi
alma, momentos demasiado específicos de ese tema, y que no revelaré por las
obvias razones de la prosa y la privacidad. Debido a que mi ser de la infancia
estaba bajo ese contexto, decidía encerrarse en su habitación, conviviendo con
sus personajes favoritos y sus aventuras, soñando que algún día, pudiera ser
como ellos, caminar en el atardecer y vivir grandes hazañas. ¿Qué puedo decir
ante eso?, que quizá, sólo quizá, cometí el error de omitir la realidad en
lugar de enfrentarla, ya que corría el riesgo de concebirlo como algo natural
en mi vida, y pecar de indiferencia; esto es uno de los puntos que admiro de mí
mismo, ya que hasta la fecha, ante cualquier grito, ante cualquier golpe, ante
cualquier insulto, soy consciente de que no me he acostumbrado en lo más
mínimo, ya que de lo contrario, no me enfadaría, como lo he hecho en ultimadas
ocasiones ante aquellos que intentan enseñarme con su concepción errónea de
educación a base de griteríos y pataleos.
Consecuentemente,
entré a la escuela, y con ella, una gran etapa de sufrimiento en mi vida,
porque si sufrí cierto acoso escolar. ¿Por qué lo sufría?, ¿por mi amabilidad?,
¿por no ir a fiestas?, ¿porque no me gustaban las demás cosas que le gustaban a
los demás?, ¿porque me gustaba dibujar en lugar de aprender a tocar la
guitarra? Y en serio, me permito discutir eso con mayor profundidad, porque
está ligado a una anécdota que redondeará toda esta parte. Desde primaria,
hasta la preparatoria, y un poco de la universidad, siempre estuvo el dichoso
tema con la bendita guitarra, ya que no sé qué clase de pinche estatus sagrado
y mágico te ofrecía tal instrumento, pero al parecer el suficiente para pasar
de insecto a dios, o como yo lo veía, de insecto a cretino. Y no quiero
malentenderme de todas aquellas personas que tocan la guitarra, ya que
comprendo tal arte y se me hace una manifestación musical magnífica, pero lo
que a mí me molestaba era la frase que me vendían durante toda mi vida escolar
de “aprende a tocar guitarra y te dejarán de molestar”, a lo que proclamaba,
con sincera humildad, de que yo no poseía ese don, y no me encontraba a mí mismo
en tal proceso. Ligado a eso, me recordó una exposición que hicimos acerca de
la delincuencia juvenil, y el cómo todos mis compañeros de ese entonces, en la
secundaria, optaban por ella a favor, ya que si no pertenecías a una, te
molestaban siempre; no recuerdo lo que dije ese día, pero me recuerdo a mí,
silencioso en mi banca, pensando en que no estaba de acuerdo con ello.
Yéndome
sobre ese punto, el acoso sufrido durante mi etapa escolar, tanto en las
situaciones más absurdas como en las más horribles, tales experiencias me
dejaron un mal sabor de boca, y un conflicto eterno en cuanto a mis relaciones
interpersonales, en especial con las que se enfatizaba el uso de “bromas”, para
poder pertenecer. Debido a esos tratos, yo siempre tuve en baja estima a
personas que encontraran gracioso divertirse a costa de otras, además de sentir
cierto asco por las personas que molestaban con el único objetivo de sentirse
importantes, y por ello, siempre prefería pasármela solo. Algunas personas
cercanas me diagnosticaron tal percepción como “el mal de la literalidad”, y
si, tenían cierta razón. Con el pasar del tiempo, pude progresar en ese ámbito,
ya que aprendí a burlarme de mí mismo, y aprender a apreciar las cosas de quien
viene, no porque desee divertirse a costa tuya, sino que así expresa un “te
quiero, ve con Dios”. Pero eso no quita que siga teniendo cierto “miedo”, o
“preocupación”, cuando se molesta a alguien, ya que aunque me pueda reír, y si
la otra persona en dado caso se ofende de verdad, me sentiría terrible al saber
que yo fui parte de eso. Además, de que a pesar de mis progresos, ciertamente,
no dejo de tener cierto aborrecimiento por ese tipo de personas, un
resentimiento verdaderamente profundo, el cual provoca varios de mis silencios.
El
primer verdadero momento de partición que tuve en mi vida, fue con la llegada
del teatro, y un grupo de personas que a leguas se les notaba por qué estaban
ahí y qué es lo que querían. El grupo Aquelarre, y por consiguiente, Orchestra
Artes Escénicas, me impactó en todos los sentidos, siendo que no sólo me
cobijaron, no sólo me enseñaron, no sólo me hicieron ver el mundo con otra
perspectiva, sino que me hicieron darme cuenta de que yo siempre fui alguien
extraordinario, sólo que no quería verlo. Sin embargo, sean peras o manzanas,
me permitieron realizar un análisis más detallado de mí mismo, la cual, como
dije, habla del contexto de mi niñez reflejado por consecuencia al día de hoy.
Aunque
yo prefería estar siempre enrollado en mi mundo de fantasía y caricaturas,
poseía una enorme curiosidad acerca del “mundo exterior”, y la pertenencia
propia de mi ser al mismo. Una vez que en teatro encontré esa pertenencia,
desde mi primera obra, mi primer protagónico, creí que la exaltación de mi me
haría alcanzar una mayor satisfacción, pero cuando no lo lograba debido a
errores o que sencillamente no debía resaltar, aunque estaba esta tendencia a
no externarlo, igual existía este malestar, esta culpa, que en veces se podía transformar
en indecisión, y de ahí, en contradicción, la cual provocaba continuamente
disonancias entre lo que creía y lo que hacía.
Cuando
fui consciente de tal actuar, empecé a moderarme, a analizarme continuamente,
reflexionar quién era y qué quería, pero sobre todo, a valorar un poco más mis
triunfos obtenidos y los conocimientos alcanzados. Tal apreciación me permitió
cortar de raíz con cuestiones que me frenaban, ignorar las críticas, aprovechar
mis habilidades, y obtener mayores recompensas. Sin embargo, he de decirlo,
llegó a tal punto que me desvié.
El
constate apreciar de mis hazañas y triunfos personales empecé a hacerlo con el
único objetivo de no envidiar los triunfos ajenos, y ante tal fin, empecé a
enfermarme de soberbia, la que me hizo tomar algunas decisiones un tanto
deplorables y otras muchísimo peores. Con lo que he aprendido me he dado cuenta
que no se debe pelear con estas sensaciones, ya que son parte de uno por
obviedad, pero si alimentas unas partes de ti más que otras, caes en el
desequilibrio, el cual termina por perjudicarte, sin mencionar las
consecuencias que generas para después y que no siempre estás dispuesto a
enfrentar.
Tanta
soberbia, ligada a tanta ira y a tanto odio que he sentido debido a muchas
situaciones personales, provocaron que llevara este “sólo puedes confiar en ti
mismo”, a todos los niveles de mi vida, cortando lazos con muchas personas. Tal
problemática no es sólo reciente, sino que como he argumentado, ha sido un tema
de nunca acabar desde tiempos inmemoriales en mi vida.
Hace
mucho discutí un problema con alguien acerca de la comunicación, si ésta
realmente existía o si tan sólo era una invención producto de percepciones
cerradas. Yo creo que gran parte del problema de la comunicación universal,
este estudio del malentendido y su remedio, tiene que ver con la falta de
vulnerabilidad que tenemos los seres humanos y que desgraciadamente conseguimos
con la experiencia. Los caminos al equilibrio son muchísimos, y aunque se
consiga, éste no dura para siempre, ya que la intermitencia de la vida nos hace
sentir el vaivén de la existencia, siendo que en veces nos infunde el temor que
nos impide cruzar el próximo umbral. Así me siento ahora mismo, porque como
dije, cada momento es el momento para cambiarlo todo.
Si,
sé lo que me sucede, lo he sabido todo el tiempo. Me encuentro atrapado en la
indecisión, en una encrucijada…ante la decepción que he tenido con mi familia,
con amores, y con diversas personas, no me atrevo a confiar en alguien que no
sea yo, por temor a ser decepcionado nuevamente. Y sin embargo, la vida sigue. Y
si, tomé mi decisión antes siguiera de escribir la primera palabra.
Sé
que no será sencillo, pero si la imaginación humana puede albergar todas las
posibilidades de la existencia, y palparlas en el más tenebroso arte o la más
sublime alevosía, yo considero posible culminar con mi fe y viajar a nuevos
caminos.
Así,
con mi resentimiento por la gente, mi contradicción en mí actuar, la inocencia
de mis decisiones, la soberbia en mis saberes, mi enojo sobre lo ajeno, la
indiferencia al prójimo, mi preocupación de los demás y la fe de tiempos
venideros, continuaré viajes de ida y vuelta por terrenos inhóspitos; con mis
creencias y mis acciones, mi don y mi maldición, proclamaré mi verdad, la
vulnerabilidad e invulnerabilidad en un solo ente: la confianza en mí mismo, y
la confianza sólo en mí mismo.
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