sábado, 12 de diciembre de 2015

El gran árbol de las historias.

LA CORONA DEL PODER.
Las aventuras del príncipe Álister.
  

PRIMER UMBRAL

El héroe de las historias.
   
1
Sueños en el viento.

¿Quieren que les cuente sobre mi primer recuerdo?

Esta vez, con espada justa y corazón en mano, les hablo sobre mi verdadera primera impresión sobre este mundo. No deseo contarles una de las millones de historias sobre gloria y batalla que logro sacar en las tabernillas llenas de caballeros borrachos y damiselas ofrecidas en un lecho; ésta, a todo aquel buen mozuelo o ser de diversa índole que esté atento a mis palabras, es una historia libre de capas, armaduras, dragones y monstruos, como normalmente se acostumbra narrar en esta parte del mundo, sin siquiera cuestionarnos por qué iniciaron todos estos cánticos sobre un modo de vida que nos impusimos sin tregua ni debate. Esto que estoy a punto de narrarles, es el único y auténtico, inicio de mi travesía.
Yo era apenas un niño de unos siete años, que miraba curioso por la ventana de mi hogar, los vientos fuertes arremolinándose en las copas de los árboles, donde me pareció rostros formados de las hojas que volaban de aquí para allá, discutiendo siempre de temas para oídos más experimentados. En ese momento, mi madre, mi hermosa y bella madre, me llamó para la hora de dormir, y como soy muy obediente con ella, mis pies se movieron al instante, encontrándome con su bello rostro a la luz de una pequeña vela, que iluminaba el camino de vuelta a las sábanas reconfortantes de mi próximo sueño. Antes de dormir, como era nuestra costumbre, ella siempre me contaba una historia, ya sea de dragones, de fantasmas, de monstruos, o alguna antigua batalla que recordara de mi padre, que ya desde hace 15 años, nos dejó para recorrer aventuras por el resto del mundo. Sin saber exactamente el porqué, le pedí a mi madre que me contara una historia distinta, alejado de las andanzas caballerescas y algo más parecido a lo que le gustaba; obviamente, ella se sorprendió, pero pude sentir, por el leve rubor en sus mejillas, que se sintió halagada de que su pequeño renacuajo, como acostumbra decirme de cariño, se sintiera interesado por gustos más personales.
Con un renovado brillo en sus ojos, ella me arropó, y sentándose muy a mi lado, comenzó a contarme una historia que desde niña, ella tenía siempre en la cabeza, y le llamaba, “el árbol de las historias”.
“Cuando el tiempo aún no era tiempo, y los espacios aún no eran espacios, una pequeña chispa cuyo nombre era vida, se encontraba muy triste, al verse siempre en medio de tanta obscuridad. Ella existía, ella permanecía, y conforme a ello, siempre pensaba: “me siento tan sola, ¡ojalá tuviera alguien con quien hablar!”, de ese pensamiento, hubo otro, y otro, hasta que de repente comenzó a verse a sí misma rodeada de muchas más chispas, riendo y cantando, iluminando cualquier rincón obscuro de la existencia. Tal imagen, que ahora conocemos como imaginación, hizo que el dolor y soledad fueran aumentando a tal punto, que la pequeña chispa lloró y lloró, y las lágrimas fueron de aquí para allá, perdiéndose en las interminables sombras de sus alrededores. Sin saber cuánto tiempo pasó, de lo que pudo ser un segundo, o quizá una eternidad, de las sombras comenzaron a surgir algunas pequeñas luces, y esas luces se extendieron en lazos, y tales lazos se entretejieron hasta formar raíces, y de esas raíces, nació el ya mencionado, árbol de las historias. Pero, porqué árbol de las historias preguntarás, pues bien, la pequeña chispa lo llamó así porque entre las luces que conformaba el gran árbol, se podían ver imágenes de incontables lugares: paraísos, mundos, tierras, hogares, todo en una constante danza de alegría y amistad. Ante tal hallazgo, y viendo toda la felicidad transmitida en cada historia que daba el gran árbol, la pequeña chispa dejó de llorar, y empezó a reír a carcajadas inmensas provocando que las demás lágrimas lanzadas se volvieran luces, y estas crecieron hasta apartar toda la obscuridad alrededor, y formar estrellas, planetas, y todo lo que llamamos como universo y los seres vivientes que habitan ahí. Desde ese momento, la primera chispa de la vida, nunca más estaría sola otra vez”.
“¿Y qué pasó después, mami?”.
“¿Que qué pasó? Pues bien, una cosa y otra, hasta llegar a ti, renacuajo”, dijo rascando mi nariz con su dedo juguetón. Me apartó algunos cabellos de la frente, y depositó un tierno beso. “Hora de dormir, recuerda que mañana debes ayudarme con la casa”.
“Si mamá…te quiero mucho”.
“Yo también…descansa”.

Mi mamá se llevó la luz, y yo me quedé sumido en la obscuridad, preparándome para dormir, aunque sin saber cuánto tiempo pasó, mis párpados nunca se movieron de su sitio, manteniéndome con la vista fija en el techo de mi cuarto. No podía dejar de pensar en la historia, y lo maravillosa que me parecía la imaginación de mi madre por haberla guardado todos estos años para contármela. Me quedé pensando en ella, y sin poder evitarlo, recordé el día en que la encontré llorando mirando el horizonte, seguramente pensando en mi padre, y cuando regresaría. Ante eso, me levanté de la cama, salí de mi cuarto, y encontré a mi madre, todavía despierta, mirando por la ventana el viento que chocaba contra las copas de los árboles, y quizá comprendiendo el lenguaje que susurran los rostros formados por las hojas que chocaban. Le hablé, y ella volteó en mi dirección, entre sorprendida y triste, al verme todavía despierto; yo sabía que ella también estaba triste porque algún día, yo también sería formado caballero, y me apartarían de su lado, tal como la tradición lo dicta.

“Mamá, ¿extrañas a papá?”, la pregunta pareció sorprenderle, a lo que rápidamente se secó las lágrimas, y trató de mostrarme su mejor sonrisa.
“No, hijo, no es eso, lo que pasa es que…
“No tienes por qué mentirme, madre…”, el comentario pareció sorprenderle, pero yo continué, caminando a ella, “sé que estás triste…porque te sientes sola…como aquella pequeña chispa de vida…”

Me acerqué a ella, y la abracé, sin poder contener las lágrimas. ¡No! No quería que me apartaran de ella, pero sabía que no podía hacer nada, sólo disfrutar los cinco años restantes que teníamos juntos, los cuales no serían suficientes ni hoy ni nunca. La miré al rostro, a su tan bonito rostro, y ella también estaba llorando, pero también totalmente sorprendida:

“Te quiero prometer algo, mamá”, dije entre lágrimas, “prometo que cuando sea caballero, encontraré la forma de regresar a ti”.
“Pero Álister…a ningún caballero se le tiene permitido eso, tienes que entender que….
“¡No! ¡No! ¡No!, yo encontraré la forma, veré que haré, lo que sea, por cambiar las cosas, ¡cambiar al mundo!”
“Pero… ¿qué podrías hacer tú?”, dijo entre triste y esperanzada.
“No sé, pero haré algo, lo impensable, ¡incluso encontraré el árbol de las historias!”
“¿Cómo dices?”
“Dije que encontraré el gran árbol de las historias, sólo por ti, y te contaré todas las historias que hay en él para verte siempre sonreír”.
“Álister…yo…no sé qué decir…”
“No digas nada, sólo cree en mí, cree en tu pequeño renacuajo...su principal meta será encontrar el gran árbol para ti, mamá. ¡Como caballero, lo juro ante ti y la vida misma!”.

En ese momento mi mamá se llevó las manos a la boca; ella comprendía, sabiamente, lo que implicaba un juramento de caballero. Mi padre, en su momento, le hizo uno acerca de que nunca dejaría de amarla, y regresaría por ella. Entre los caballeros, cuando uno jura algo a alguien, no sólo pone su estatus, logros y riquezas obtenidas en juego, sino que está dispuesto a ofrecer su honor por lo prometido, y en caso de no obtenerlo…lo pierde todo…hasta la vida.
Miré a mi madre, y ella me observaba sin poder proferir palabra alguna. Sé que era muy joven, sé que aún no era armado caballero por ningún rey o mago alguno, pero un juramento es un juramento, y aunque en mi vida juré miles de cosas y las cumplí, esta es la principal razón de mis andanzas por las tierras más inhóspitas. En ese momento, sólo quería ver a mi madre sonreír, y que tuviera la alegría que tanto se merece por tantos años de sacrificio hacia mí. Ella me abrazó con fervor, aún sin tomar muy en serio mis palabras, ya que después de todo, ¿qué podría hacer yo?, quizá no mucho en ese instante, sólo corresponder el abrazo y aferrarme a la esperanza de mis sueños. Sonreímos iluminados por la tenue luz de las velas, y sentí una gran plenitud en mi alma, porque a partir de mis pensamientos a través de la ventana, de la historia, y la calidez de mi madre, fue el comienzo de mi gran aventura, donde haría lo que fuera necesario para cumplir con lo jurado…o morir en el intento.

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