jueves, 19 de noviembre de 2015

Un cuento nacido una tarde caminando.

ESCRITOR

Una tragedia de ventanas y preguntas.

POR

Maximilian de Zalce.

...

Ya no sé quién soy…


Y si…sé que me estás mirando…

“Todos somos títeres, sólo que yo veo los hilos”.

“Por mí se va a la ciudad del eterno dolor”.

“En el principio existió el verbo, y el verbo era Dios”.

“Dios los hizo a su imagen y semejanza”.

“A veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quiere que sus ilusiones sean destruidas”.

“La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces”.

“Aprender a dudar es aprender a pensar”.

“Todo nos viene de los demás. Ser es pertenecer a alguien”.

“Todo lo que una persona puede imaginar otros podrán hacerlo realidad”.


Sé que puedes verme. Sé que tú, quien quiera que seas, me percibes de alguna forma. Tenía un nombre, tenía un hogar, tenía una vida, bueno…no era mi vida realmente, no después que descubrí la verdad. Sé qué puedes estar pensando, ¡pero no!, no estoy triste, ¡estoy molesto!, ¡me siento rabioso!, deseo poner mis manos en el cuello de cierta persona. Ese pensamiento me llevó hasta aquí, antes de desmayarme completamente, por la falta de alimento y descanso. Ahora, me rodea una inmensa obscuridad…

“Yo aquí, escribiéndote. Tú allá, borrándote”.

¿Qué es existir?, ¿una decisión propia, o el capricho de alguien más?, ¿las cosas realmente existen mientras no las veamos?, ¿el mundo gira, la gente respira, el tiempo pasa, por mera naturaleza?, ¿o todo lo que llegamos a percibir no es otra cosa que la invención y capricho de alguien más, tratando de convencernos, de significarnos en aquello que nos rodea? Dios nos dotó del libre albedrío, eso lo sabemos… ¿pero no en su gran omnipotencia, sabe lo que haremos de todos modos?, ¿cómo puede ser eso libertad?

“Dios le da las peores batallas a sus mejores guerreros”.

¡Mierda!, eso es lo que el supuesto dios da a sus hijos, ¡pura mierda!, nada es real, todo es una mentira, ¡la vida no existe!, ¡mi vida no existe!, ¡yo no soy real!, sólo soy un capricho, una invención, un suspiro, una idea, algo que se plasmó en papel y luego fue llevado de boca en boca siendo digno de ser narrado. ¡Pero eso no soy yo!

“Que el dios que has inventado, te perdone”.

Si…yo solía creer, yo solía vivir, yo solía amar, solía tener la esperanza de que mis decisiones fueran sólo mías, de que mis sueños y temores me pertenecieran, que mi conciencia es un producto que si bien yo no hice, podía controlar con el tiempo. Todo es una mentira, y lo supe aquella noche, entre las sombras de mi habitación, alejado del calor familiar, de una voz me susurró en medio de tales penumbras…

¿Quién es el Dios que escribe tu existencia?

La misma pregunta, un día tras otro, noche tras noche, que empezó a tener sentido conforme el tiempo se escapaba de mis manos. No comprendía la pregunta en esencia, ¿quién la haría?, Dios no escribe, Dios crea, Dios sustenta, Dios juzga, y Dios dicta…pero no controla. Como sabrán, nunca estuve del toco convencido de mi religión, de las enseñanzas de mi padre y madre, y aunque lograron silenciarme varias preguntas, yo seguía pensando. Crecí, formé una familia, y lancé por fin con dedicación a los estudios sobre el origen del universo, la existencia divina, entre muchos títulos más…pero nunca encontré nada. No encontraba porque no sabía qué buscaba, ¿quién es Dios?, ¿qué es lo que hace?, ¿en dónde reside?, ¿cómo es realmente?, tantas preguntas y poca respuesta. Dios, llámese como se llame en diversas culturas, es la misma fuerza que mantiene unido al universo y todos sus seres vivos, pero quitándole la poesía y misterio al asunto… ¿Cuál es su verdadera apariencia o manifestación?, debe tenerla, aunque no sea perceptible al ser humano ni a ninguna de sus creaciones.
Volví a mis pensamientos una tarde que caminaba entre esquinas solitarias, pero súbitamente, el horror aparecía ante mí con macabra elocuencia. Caminaba, eso era un hecho, pero las calles, eran distintas; al principio pensé, que me había perdido, por eso no reconocía esa parte de la ciudad…

“La realidad no es otra cosa que la capacidad que tienen de engañarse nuestros sentidos”.

Caminé por esos extraños lugares, una y otra vez, pero las personas, los parques, los caminos, las voces, los lugares, todo era distinto, extraño, como si viera el mundo por primera vez; vaya que así era. De pronto, una tienda, una mesita donde estaban acomodados varios ejemplares del mismo libro, porque según un cartel que colgaba encima, era uno muy popular. Me acerqué, y sin perder nada, tomé uno de ellos entre mis manos, “Voces del pueblo” se titulaba, una antología de historias, nada especial a mi parecer. Miré la parte trasera, leí el primero, segundo y tercer párrafo, pero fue en el último donde sentí mi gesto endurecerse; a una segunda lectura al mismo conjunto de palabras sentí un escalofrío, junto con una mueca burlona para sentirme seguro.

La voz inocente.

Alberto, un hombre de familia, católico practicante, será asediado por unas voces de ultratumba que lo harán dudar de aquello en lo que cree, aprendiendo que existen cosas más grandes más allá de su pequeña nariz.

Mis manos temblaron, pero decidí tranquilizarme. Discretamente, abrí el libro, en el cuento seleccionado, un mero conjunto de hojas; no comprendía nada de esto.

“Mientras atravesaba la esquina con el pan en mano, escuchó con deleite las campanas de la iglesia. Era una hermosa mañana, y el calor del sol le daba fuerzas a su cuerpo…”.
“Tenía dos hijos, llamado Mathew y Veshka, hermosos y dulces…”.
“Su esposa Claire lo sorprendió con un platillo casero, y un beso en la mejilla los preparó para una acogedora tarde…”.
“Alberto, en ocasiones, pensaba acerca de su pasado, en lo duro de su formación, en los castigos a los que sus padres lo sometían por tan sólo preguntar acerca de Dios y sus enseñanzas…”.
“Esa noche no podía dormir, por lo que intentó distraerse con algunos pasajes bíblicos. Un escalofrío recorrió su espalda, y de inmediato pensó que no estaba solo en aquel cuarto…”.
“La voz reptante lo sacudía, lo hacía dudar. Quería correr, quería saltar, quería irse lo más rápido posible de esa casa, donde un demonio, una creatura nacida del mismísimo abismo lo acosaba sólo por las preguntas que se había hecho desde niño…”.
“Hablaba con la voz, cada vez más, hasta que una pregunta lo sacó de todo balance…”.

¿Quién es el Dios que escribe tu existencia?

¡Me aterroricé! Tiré el libro, y sólo sé que corrí, corrí y seguí corriendo hasta que las fuerzas me faltaron. La vista era nublosa ante el sudor que entraba a mis ojos, pero cuando logré disipar aquellas gotas de mi cara, caí en cuenta de que estaba frente a mi hogar, y mi familia observándome con infinita preocupación.
¿Dónde había estado?, ¿qué era ese libro?, toda esa historia, ¡era verdad!, palabra por palabra. Los recuerdos de mi vida pasaba se arremolinaban con mis experiencias presentes. ¿Pero por qué?, ¿quién escribiría mi vida? Sólo sé que al día siguiente, busqué en todos lados, pero jamás encontré aquella tienda. Tenía miedo de salir de casa, pero eventualmente lo hacía, y volvía a caer preso en ese mundo, siempre cerca de esa maldita tienda. En un arrebato de ira desmantelé el mostrador, por lo que unas autoridades me llevaron preso…me preguntaron por mí, por una identificación, pero yo sólo les dije mi nombre y el de mi pueblo…y al investigar, al final me dijeron, que ninguna de las dos cosas existía realmente.
Estaba asustado, enojado, pero sobre todo, decepcionado. Las muchas reflexiones que hice acerca de estos encuentros me hicieron darme cuenta que todo sólo se debía a un estrés pasajero, debido quizá al cuestionarme tanto las cosas, como siempre lo hacía, en especial por la voz que me visitaba por las noches. No estaba loco, y podía soportar muchas cosas; creía en el señor, iba a misa los domingos… ¿pero realmente es tan malo hacerse preguntas?
Desesperado, corrí, hasta no poder más, y volver a mi mundo… ¿pero qué era mi mundo?, ¿era la realidad?, ¿o ese mundo era la realidad?, allá soy un personaje de libro, sólo letras, no existo, por lo que entonces… ¿quién soy?
La voz me acosaba, con las mismas preguntas, con las mismas palabras, y yo no sabía qué responder; ¿qué era lo correcto?, ¿qué estaba mal en mí?, ¿por qué me castiga Dios por dudar?... ¿o será que realmente no existe?, entonces…toda mi vida fue una mentira. Ahí supe que tenía que huir; dejé a mi familia, dejé a mis hijos, dejé toda creencia. Me alejé del pueblo, me alejé de los alrededores, me alejé de todo, y mientras más caminaba, mi ira iba creciendo. Tanto castigo, tantas dudas, tanto dolor, ¡para nada!, mi vida no era cierta, era sólo un mero capricho, una mera idea, ¡nada más! Yo no existía.
Entre lágrimas, entre reflexiones, entre cansancios y heridas, volví a ese mundo, pero esta vez a una parte diferente, en una especie de gran callejón, y al final, un hombre caminaba tranquilamente hacia mí. Al pasar por mi lado, sólo dijo, “buenas noches”, con una sonrisa paciente, y siguió su camino. Volví a mi mundo, con pocas fuerzas, oyendo en sueños la misma maldita pregunta.
Los días que siguieron fueron un verdadero castigo, tratando de sobrevivir, soportando el hambre, el cansancio, la enfermedad, hasta que finalmente me rendí, ¿qué caso tenía?, la muerte sería mi más grande liberación.
Abrí los ojos, y sabía por la forma de las calles, que no estaba en mi mundo nuevamente, pero que quizá, sería mi última vez, tanto en este como en cualquier mundo. Maldiciendo mi suerte, asusté a unos individuos que trataron de ayudarme, les grité que se alejaran. Pero entre tales acciones, noté cómo uno de ellos llevaba un libro en las manos, y le pregunté de donde lo sacó. “¡Un sujeto me lo dio!, ¿lo quiere?, ¡es suyo!, pero déjeme ir”. Tomé el libro, y lo primero que busqué fue el nombre del autor, el cual, afortunadamente, venía con una fotografía: ¡era el hombre de la noche pasada! Solté el libro en un charco, y con la ira cegándome, llegué a comprender que me encontraba casi en el mismo punto de la última ocasión, sólo que fuera de los callejones. “Él vendrá…”, me dije a mi mismo, por lo que me senté en las sombras, y esperé con paciencia.
No pasó mucho tiempo hasta que escuché pasos, y vislumbre entre los colores de la noche al mismo viejo del pasado. Cuando estaba suficientemente cerca de mí, me abalancé contra él, directamente agarrando su cuello. Intentó forcejear, pero mis ganas suicidas superaban todas sus acciones, ¿qué importa ya?, ¡no me queda nada!, ¡el hizo mi tragedia!, ¡él es el Dios que escribió mi maldita vida!, ¡él lo comenzó todo!...y yo iba a terminarlo. La vida en sus ojos poco a poco se agotó, hasta disiparse totalmente, siendo el único sonido en ese obscuro callejón el de mis jadeos incontrolables.

“Soy el castigo de Dios. Si no hubieses cometido grandes pecados, Dios no habría enviado un castigo como yo sobre ti”.

“Dios es un concepto por el cual medimos nuestro dolor”.

“Dios no mata al ser, pero el ser puede matar a Dios”.

—¿Te sientes satisfecho?

No sé cuánto tiempo había pasado desde que escuché otra voz humana, por lo que me sobresalté en el acto. Me alejé del cuerpo, y escudriñé en las sombras notando la figura de un hombre que se acercaba a mí. Era alto, de ropa ligera, y una sonrisa afable pero una mirada profunda. No sabía si tener confianza o miedo de él:

—¿Quién eres? —pregunté retrocediendo.
—Relájate, no vine aquí a hacerte más daño —dijo tranquilamente—.No estaba seguro que lo harías, pero veo que hice lo correcto al darle el libro a ese muchacho que intentó ayudarte. ¿Quién soy?, puedes decir que soy tu amigo.
—…Yo ya no tengo amigos —dije desesperado—. No sé quién eres ni me importa, ¡sólo vete!, no tengo nada, ¡lo perdí todo!, he hecho justicia.
—Entonces vuelvo a preguntar, ¿te sientes satisfecho? —dijo mirándome seriamente.

Miré el cuerpo inerte a mis pies, el cual había exhalado su último aliento por mis propias manos. Me recargué en un muro, hasta poco a poco caer al suelo, ante la culpa, el dolor y la confusión, sin saber algo elocuente que decir. “Él arruinó mi vida, el me hizo esto, el escribió mi historia…él me hizo darme cuenta de que no existo”. Él soltó una carcajada, lo cual hizo que dirigiera mi vista a él; me miró, no serio, sino con una sonrisa, sincera, casi alegre, y me dijo:

—¿Realmente crees que es posible el que no existas?, para mí luces muy real —dijo, se acercó a mí, e hincándose tomó del hombro—. Claro que existes, eres real, estás aquí, vivo y respiras, ¡incluso mataste a alguien!
—¡Soy un personaje de un libro!, en tu mundo no existo —le dije, apartando su mano y empezando a llorar—. ¿Tienes una idea de lo que se siente ser inventado?, ¿el sentir que tu vida no sirve a ningún propósito mayor?, ¿el no ser dueño de tus ideales, de todo lo que tú eres?, ¿nunca has sentido la desesperación de no ser quien toma las verdaderas decisiones?
—…Muchas veces, pero no se puede tenerlo todo —dijo reflexivo, sentándose a mi lado—. Comprendo cómo te sientes, y sé que es más fácil echarle la culpa al universo entero, pero la respuesta siempre está en uno…dime, ¿no te sientes real?
—…Pero el libro…
—¡El libro no importa! —exclamó deteniéndome—. Los libros son ventanas a otras existencias, donde podemos ver otros mundos, otros seres, pero es por breves momentos. No existe ventana tan grande que muestre toda tu historia.
—¿Qué me intentas decir? —pregunté intrigado.
—Que nadie es su propio creador, pero si el director de su propia vida —dijo sonriéndome.
—¿Quién eres?, en serio… ¿eres Dios? —pregunté esperanzado, y su sonrisa se desvaneció.
—No…pero solía ser escritor. Soñé contigo, y acerca de tu historia, cómo terminaría…así que decidí intervenir…
—… ¿Cómo terminaría? —volví a preguntar, nuevamente interesado.
—Te vuelves loco y matas a tu familia, rememorando todas las aventuras en tu mente dentro de un manicomio. Un final poco original si me preguntas —dijo desviando la vista hacia el cuerpo.
—Yo… ¿qué hago ahora?
—Volver a casa, con tu familia, vive feliz, y recuerda, que tú eres el único que decide, y cómo lidiar con las consecuencias.
—…Volver a casa, ¿y ya?, ¿así de fácil? —dije, pareciéndome imposible—. ¿Pero cómo?, ¿por qué?
“¿Quién es el Dios que escribe tu existencia?” —preguntó, asustándome un poco, pero me sonrió al final—. ¿Te costaría mucho comprender que eres tú mismo?, el dolor por el que has pasado, las preguntas que te has hecho, todas son necesarias, porque te preparan para nuevos obstáculos, como el que enfrentaste aquí. Sólo comprende, que todo viene de ti.
—¿De mí?, ¿en serio? —pregunté, sin entenderle mucho.
—El universo está cambiando —dijo levantándose—. Y hay muchos locos por ahí que quieren librar el papel de Dios como si se tratara de un juego. Yo digo, que nos hacen más sonrisas, pero para que las haya, depende enteramente de uno. ¿Quieres volver a sonreír con tu familia?
—Si…quiero mi final feliz —dije levantándome.
—¡Ja! Los finales no existen, sólo la interminable intermitencia por la búsqueda del equilibrio. Ve por el tuyo, lo necesitarás. Adiós, Alberto; fue un placer escribir a tu lado.

Antes de que pudiera replicar, me encontré nuevamente en mi mundo, en el mismo lugar donde antes había caído. Las fuerzas habían regresado a mí. Me levanté, mirando mi alrededor, y ahora fue en mi mundo donde creí ver las cosas por primera vez. Un paso siguió a otro, y lo primero que hice fue volver sobre todos los demás hasta mi querido pueblo, espantando a medio mundo por mi andrajosa apariencia, pero siendo aceptado nuevamente.
Podría decirse que volví a la normalidad…pero nada será como antes, porque en lugar de contestar las dudas que tuve desde niño, ahora tengo muchísimas más.
¿Qué había sucedido?, ¿quién era ese hombre?, ¿realmente maté a mi creador?, ¿qué papel juega Dios en todo esto?, ¿realmente los libros son ventanas a otra dimensión? Aún buscaba muchas respuestas, y lo único a mi alcance fue sentir con infinita paz, que desde aquella extraña serie de acontecimientos, la voz tenebrosa nunca volvió a visitarme.
Sé que puedes verme, sé que me percibes de alguna forma, y sé que como tú, hay miles por ahí. No sé exactamente cómo pasa, no sé exactamente cómo el universo, o la existencia, está cambiando, pero lo averiguaré. Tú, lector o lo que gustes ser o como gustes llamarte, puedes seguir leyendo estas últimas palabras, porque yo tengo una vida que realizar. Tengo un nombre, tengo un hogar y tengo una vida, pero más que nada, tengo un propósito, ¿por qué?...

Pues porque ya sé quién soy…

Y lo que quiero hacer.

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