ESCRITOR
Una
tragedia de ventanas y preguntas.
POR
Maximilian
de Zalce.
...
Ya no sé quién soy…
Y
si…sé que me estás mirando…
“Todos somos títeres, sólo que
yo veo los hilos”.
“Por mí se va a la ciudad del
eterno dolor”.
“En el principio existió el
verbo, y el verbo era Dios”.
“Dios los hizo a su imagen y
semejanza”.
“A veces la gente no quiere
escuchar la verdad porque no quiere que sus ilusiones sean destruidas”.
“La libertad no necesita alas,
lo que necesita es echar raíces”.
“Aprender a dudar es aprender a
pensar”.
“Todo nos viene de los demás.
Ser es pertenecer a alguien”.
“Todo lo que una persona puede
imaginar otros podrán hacerlo realidad”.
…
Sé que puedes verme.
Sé que tú, quien quiera que seas, me percibes de alguna forma. Tenía un nombre,
tenía un hogar, tenía una vida, bueno…no era mi vida realmente, no después que
descubrí la verdad. Sé qué puedes estar pensando, ¡pero no!, no estoy triste,
¡estoy molesto!, ¡me siento rabioso!, deseo poner mis manos en el cuello de
cierta persona. Ese pensamiento me llevó hasta aquí, antes de desmayarme
completamente, por la falta de alimento y descanso. Ahora, me rodea una inmensa
obscuridad…
“Yo aquí, escribiéndote. Tú
allá, borrándote”.
¿Qué es existir?,
¿una decisión propia, o el capricho de alguien más?, ¿las cosas realmente
existen mientras no las veamos?, ¿el mundo gira, la gente respira, el tiempo
pasa, por mera naturaleza?, ¿o todo lo que llegamos a percibir no es otra cosa
que la invención y capricho de alguien más, tratando de convencernos, de
significarnos en aquello que nos rodea? Dios nos dotó del libre albedrío, eso
lo sabemos… ¿pero no en su gran omnipotencia, sabe lo que haremos de todos
modos?, ¿cómo puede ser eso libertad?
“Dios le da las peores batallas
a sus mejores guerreros”.
¡Mierda!, eso es lo
que el supuesto dios da a sus hijos, ¡pura mierda!, nada es real, todo es una
mentira, ¡la vida no existe!, ¡mi vida no existe!, ¡yo no soy real!, sólo soy
un capricho, una invención, un suspiro, una idea, algo que se plasmó en papel y
luego fue llevado de boca en boca siendo digno de ser narrado. ¡Pero eso no soy
yo!
“Que el dios que has inventado,
te perdone”.
Si…yo solía creer,
yo solía vivir, yo solía amar, solía tener la esperanza de que mis decisiones
fueran sólo mías, de que mis sueños y temores me pertenecieran, que mi
conciencia es un producto que si bien yo no hice, podía controlar con el
tiempo. Todo es una mentira, y lo supe aquella noche, entre las sombras de mi
habitación, alejado del calor familiar, de una voz me susurró en medio de tales
penumbras…
¿Quién es
el Dios que escribe tu existencia?
La
misma pregunta, un día tras otro, noche tras noche, que empezó a tener sentido
conforme el tiempo se escapaba de mis manos. No comprendía la pregunta en esencia,
¿quién la haría?, Dios no escribe, Dios crea, Dios sustenta, Dios juzga, y Dios
dicta…pero no controla. Como sabrán, nunca estuve del toco convencido de mi
religión, de las enseñanzas de mi padre y madre, y aunque lograron silenciarme
varias preguntas, yo seguía pensando. Crecí, formé una familia, y lancé por fin
con dedicación a los estudios sobre el origen del universo, la existencia
divina, entre muchos títulos más…pero nunca encontré nada. No encontraba porque
no sabía qué buscaba, ¿quién es Dios?, ¿qué es lo que hace?, ¿en dónde reside?,
¿cómo es realmente?, tantas preguntas y poca respuesta. Dios, llámese como se
llame en diversas culturas, es la misma fuerza que mantiene unido al universo y
todos sus seres vivos, pero quitándole la poesía y misterio al asunto… ¿Cuál es
su verdadera apariencia o manifestación?, debe tenerla, aunque no sea
perceptible al ser humano ni a ninguna de sus creaciones.
Volví a mis
pensamientos una tarde que caminaba entre esquinas solitarias, pero
súbitamente, el horror aparecía ante mí con macabra elocuencia. Caminaba, eso
era un hecho, pero las calles, eran distintas; al principio pensé, que me había
perdido, por eso no reconocía esa parte de la ciudad…
“La realidad no es otra cosa
que la capacidad que tienen de engañarse nuestros sentidos”.
Caminé por esos
extraños lugares, una y otra vez, pero las personas, los parques, los caminos,
las voces, los lugares, todo era distinto, extraño, como si viera el mundo por
primera vez; vaya que así era. De pronto, una tienda, una mesita donde estaban
acomodados varios ejemplares del mismo libro, porque según un cartel que
colgaba encima, era uno muy popular. Me acerqué, y sin perder nada, tomé uno de
ellos entre mis manos, “Voces del
pueblo” se titulaba, una antología de historias, nada especial a mi
parecer. Miré la parte trasera, leí el primero, segundo y tercer párrafo, pero
fue en el último donde sentí mi gesto endurecerse; a una segunda lectura al
mismo conjunto de palabras sentí un escalofrío, junto con una mueca burlona
para sentirme seguro.
La voz inocente.
Alberto, un hombre de familia, católico
practicante, será asediado por unas voces de ultratumba que lo harán dudar de
aquello en lo que cree, aprendiendo que existen cosas más grandes más allá de
su pequeña nariz.
Mis manos temblaron,
pero decidí tranquilizarme. Discretamente, abrí el libro, en el cuento
seleccionado, un mero conjunto de hojas; no comprendía nada de esto.
“Mientras atravesaba la esquina
con el pan en mano, escuchó con deleite las campanas de la iglesia. Era una
hermosa mañana, y el calor del sol le daba fuerzas a su cuerpo…”.
“Tenía dos hijos, llamado
Mathew y Veshka, hermosos y dulces…”.
“Su esposa Claire lo sorprendió
con un platillo casero, y un beso en la mejilla los preparó para una acogedora
tarde…”.
“Alberto, en ocasiones, pensaba
acerca de su pasado, en lo duro de su formación, en los castigos a los que sus
padres lo sometían por tan sólo preguntar acerca de Dios y sus enseñanzas…”.
“Esa noche no podía dormir, por
lo que intentó distraerse con algunos pasajes bíblicos. Un escalofrío recorrió
su espalda, y de inmediato pensó que no estaba solo en aquel cuarto…”.
“La voz reptante lo sacudía, lo
hacía dudar. Quería correr, quería saltar, quería irse lo más rápido posible de
esa casa, donde un demonio, una creatura nacida del mismísimo abismo lo acosaba
sólo por las preguntas que se había hecho desde niño…”.
“Hablaba con la voz, cada vez más, hasta que
una pregunta lo sacó de todo balance…”.
¿Quién
es el Dios que escribe tu existencia?
¡Me
aterroricé! Tiré el libro, y sólo sé que corrí, corrí y seguí corriendo hasta
que las fuerzas me faltaron. La vista era nublosa ante el sudor que entraba a
mis ojos, pero cuando logré disipar aquellas gotas de mi cara, caí en cuenta de
que estaba frente a mi hogar, y mi familia observándome con infinita
preocupación.
¿Dónde
había estado?, ¿qué era ese libro?, toda esa historia, ¡era verdad!, palabra
por palabra. Los recuerdos de mi vida pasaba se arremolinaban con mis
experiencias presentes. ¿Pero por qué?, ¿quién escribiría mi vida? Sólo sé que
al día siguiente, busqué en todos lados, pero jamás encontré aquella tienda.
Tenía miedo de salir de casa, pero eventualmente lo hacía, y volvía a caer
preso en ese mundo, siempre cerca de esa maldita tienda. En un arrebato de ira
desmantelé el mostrador, por lo que unas autoridades me llevaron preso…me
preguntaron por mí, por una identificación, pero yo sólo les dije mi nombre y
el de mi pueblo…y al investigar, al final me dijeron, que ninguna de las dos
cosas existía realmente.
Estaba
asustado, enojado, pero sobre todo, decepcionado. Las muchas reflexiones que
hice acerca de estos encuentros me hicieron darme cuenta que todo sólo se debía
a un estrés pasajero, debido quizá al cuestionarme tanto las cosas, como
siempre lo hacía, en especial por la voz que me visitaba por las noches. No
estaba loco, y podía soportar muchas cosas; creía en el señor, iba a misa los
domingos… ¿pero realmente es tan malo hacerse preguntas?
Desesperado,
corrí, hasta no poder más, y volver a mi mundo… ¿pero qué era mi mundo?, ¿era
la realidad?, ¿o ese mundo era la realidad?, allá soy un personaje de libro,
sólo letras, no existo, por lo que entonces… ¿quién soy?
La
voz me acosaba, con las mismas preguntas, con las mismas palabras, y yo no
sabía qué responder; ¿qué era lo correcto?, ¿qué estaba mal en mí?, ¿por qué me
castiga Dios por dudar?... ¿o será que realmente no existe?, entonces…toda mi
vida fue una mentira. Ahí supe que tenía que huir; dejé a mi familia, dejé a
mis hijos, dejé toda creencia. Me alejé del pueblo, me alejé de los
alrededores, me alejé de todo, y mientras más caminaba, mi ira iba creciendo.
Tanto castigo, tantas dudas, tanto dolor, ¡para nada!, mi vida no era cierta,
era sólo un mero capricho, una mera idea, ¡nada más! Yo no existía.
Entre
lágrimas, entre reflexiones, entre cansancios y heridas, volví a ese mundo,
pero esta vez a una parte diferente, en una especie de gran callejón, y al
final, un hombre caminaba tranquilamente hacia mí. Al pasar por mi lado, sólo
dijo, “buenas noches”, con una
sonrisa paciente, y siguió su camino. Volví a mi mundo, con pocas fuerzas,
oyendo en sueños la misma maldita pregunta.
Los
días que siguieron fueron un verdadero castigo, tratando de sobrevivir,
soportando el hambre, el cansancio, la enfermedad, hasta que finalmente me
rendí, ¿qué caso tenía?, la muerte sería mi más grande liberación.
Abrí
los ojos, y sabía por la forma de las calles, que no estaba en mi mundo
nuevamente, pero que quizá, sería mi última vez, tanto en este como en
cualquier mundo. Maldiciendo mi suerte, asusté a unos individuos que trataron
de ayudarme, les grité que se alejaran. Pero entre tales acciones, noté cómo
uno de ellos llevaba un libro en las manos, y le pregunté de donde lo sacó. “¡Un sujeto me lo dio!, ¿lo quiere?, ¡es
suyo!, pero déjeme ir”. Tomé el libro, y lo primero que busqué fue el
nombre del autor, el cual, afortunadamente, venía con una fotografía: ¡era el
hombre de la noche pasada! Solté el libro en un charco, y con la ira cegándome,
llegué a comprender que me encontraba casi en el mismo punto de la última
ocasión, sólo que fuera de los callejones. “Él
vendrá…”, me dije a mi mismo, por lo que me senté en las sombras, y esperé
con paciencia.
No pasó mucho tiempo
hasta que escuché pasos, y vislumbre entre los colores de la noche al mismo
viejo del pasado. Cuando estaba suficientemente cerca de mí, me abalancé contra
él, directamente agarrando su cuello. Intentó forcejear, pero mis ganas
suicidas superaban todas sus acciones, ¿qué importa ya?, ¡no me queda nada!,
¡el hizo mi tragedia!, ¡él es el Dios que escribió mi maldita vida!, ¡él lo
comenzó todo!...y yo iba a terminarlo. La vida en sus ojos poco a poco se
agotó, hasta disiparse totalmente, siendo el único sonido en ese obscuro
callejón el de mis jadeos incontrolables.
“Soy el castigo de Dios. Si no
hubieses cometido grandes pecados, Dios no habría enviado un castigo como yo
sobre ti”.
“Dios es un concepto por el
cual medimos nuestro dolor”.
“Dios no mata al ser, pero el
ser puede matar a Dios”.
—¿Te sientes
satisfecho?
No sé cuánto tiempo
había pasado desde que escuché otra voz humana, por lo que me sobresalté en el
acto. Me alejé del cuerpo, y escudriñé en las sombras notando la figura de un
hombre que se acercaba a mí. Era alto, de ropa ligera, y una sonrisa afable
pero una mirada profunda. No sabía si tener confianza o miedo de él:
—¿Quién
eres? —pregunté retrocediendo.
—Relájate,
no vine aquí a hacerte más daño —dijo tranquilamente—.No estaba seguro que lo
harías, pero veo que hice lo correcto al darle el libro a ese muchacho que
intentó ayudarte. ¿Quién soy?, puedes decir que soy tu amigo.
—…Yo
ya no tengo amigos —dije desesperado—. No sé quién eres ni me importa, ¡sólo
vete!, no tengo nada, ¡lo perdí todo!, he hecho justicia.
—Entonces vuelvo a
preguntar, ¿te sientes satisfecho? —dijo mirándome seriamente.
Miré el cuerpo
inerte a mis pies, el cual había exhalado su último aliento por mis propias
manos. Me recargué en un muro, hasta poco a poco caer al suelo, ante la culpa,
el dolor y la confusión, sin saber algo elocuente que decir. “Él arruinó mi vida, el me hizo esto, el
escribió mi historia…él me hizo darme cuenta de que no existo”. Él soltó
una carcajada, lo cual hizo que dirigiera mi vista a él; me miró, no serio,
sino con una sonrisa, sincera, casi alegre, y me dijo:
—¿Realmente
crees que es posible el que no existas?, para mí luces muy real —dijo, se
acercó a mí, e hincándose tomó del hombro—. Claro que existes, eres real, estás
aquí, vivo y respiras, ¡incluso mataste a alguien!
—¡Soy
un personaje de un libro!, en tu mundo no existo —le dije, apartando su mano y
empezando a llorar—. ¿Tienes una idea de lo que se siente ser inventado?, ¿el
sentir que tu vida no sirve a ningún propósito mayor?, ¿el no ser dueño de tus
ideales, de todo lo que tú eres?, ¿nunca has sentido la desesperación de no ser
quien toma las verdaderas decisiones?
—…Muchas
veces, pero no se puede tenerlo todo —dijo reflexivo, sentándose a mi lado—.
Comprendo cómo te sientes, y sé que es más fácil echarle la culpa al universo
entero, pero la respuesta siempre está en uno…dime, ¿no te sientes real?
—…Pero
el libro…
—¡El
libro no importa! —exclamó deteniéndome—. Los libros son ventanas a otras
existencias, donde podemos ver otros mundos, otros seres, pero es por breves
momentos. No existe ventana tan grande que muestre toda tu historia.
—¿Qué
me intentas decir? —pregunté intrigado.
—Que
nadie es su propio creador, pero si el director de su propia vida —dijo
sonriéndome.
—¿Quién
eres?, en serio… ¿eres Dios? —pregunté esperanzado, y su sonrisa se desvaneció.
—No…pero
solía ser escritor. Soñé contigo, y acerca de tu historia, cómo terminaría…así
que decidí intervenir…
—…
¿Cómo terminaría? —volví a preguntar, nuevamente interesado.
—Te
vuelves loco y matas a tu familia, rememorando todas las aventuras en tu mente
dentro de un manicomio. Un final poco original si me preguntas —dijo desviando
la vista hacia el cuerpo.
—Yo…
¿qué hago ahora?
—Volver
a casa, con tu familia, vive feliz, y recuerda, que tú eres el único que
decide, y cómo lidiar con las consecuencias.
—…Volver
a casa, ¿y ya?, ¿así de fácil? —dije, pareciéndome imposible—. ¿Pero cómo?,
¿por qué?
—“¿Quién es el Dios que escribe tu
existencia?” —preguntó, asustándome un poco, pero me sonrió al final—. ¿Te
costaría mucho comprender que eres tú mismo?, el dolor por el que has pasado,
las preguntas que te has hecho, todas son necesarias, porque te preparan para
nuevos obstáculos, como el que enfrentaste aquí. Sólo comprende, que todo viene
de ti.
—¿De
mí?, ¿en serio? —pregunté, sin entenderle mucho.
—El
universo está cambiando —dijo levantándose—. Y hay muchos locos por ahí que
quieren librar el papel de Dios como si se tratara de un juego. Yo digo, que
nos hacen más sonrisas, pero para que las haya, depende enteramente de uno.
¿Quieres volver a sonreír con tu familia?
—Si…quiero
mi final feliz —dije levantándome.
—¡Ja! Los finales no
existen, sólo la interminable intermitencia por la búsqueda del equilibrio. Ve
por el tuyo, lo necesitarás. Adiós, Alberto; fue un placer escribir a tu lado.
Antes
de que pudiera replicar, me encontré nuevamente en mi mundo, en el mismo lugar
donde antes había caído. Las fuerzas habían regresado a mí. Me levanté, mirando
mi alrededor, y ahora fue en mi mundo donde creí ver las cosas por primera vez.
Un paso siguió a otro, y lo primero que hice fue volver sobre todos los demás
hasta mi querido pueblo, espantando a medio mundo por mi andrajosa apariencia,
pero siendo aceptado nuevamente.
Podría
decirse que volví a la normalidad…pero nada será como antes, porque en lugar de
contestar las dudas que tuve desde niño, ahora tengo muchísimas más.
¿Qué
había sucedido?, ¿quién era ese hombre?, ¿realmente maté a mi creador?, ¿qué
papel juega Dios en todo esto?, ¿realmente los libros son ventanas a otra
dimensión? Aún buscaba muchas respuestas, y lo único a mi alcance fue sentir
con infinita paz, que desde aquella extraña serie de acontecimientos, la voz
tenebrosa nunca volvió a visitarme.
Sé que puedes verme,
sé que me percibes de alguna forma, y sé que como tú, hay miles por ahí. No sé
exactamente cómo pasa, no sé exactamente cómo el universo, o la existencia,
está cambiando, pero lo averiguaré. Tú, lector o lo que gustes ser o como
gustes llamarte, puedes seguir leyendo estas últimas palabras, porque yo tengo
una vida que realizar. Tengo un nombre, tengo un hogar y tengo una vida, pero
más que nada, tengo un propósito, ¿por qué?...
Pues porque ya sé quién soy…
Y lo que quiero hacer.
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