LA CORONA DEL
PODER.
Las
aventuras del príncipe Álister.
PRIMER UMBRAL
El héroe de las historias.
1
Sueños en el viento.
¿Quieren que les cuente sobre mi primer recuerdo?
Esta vez, con espada justa y corazón en mano, les hablo sobre mi
verdadera primera impresión sobre este mundo. No deseo contarles una de las
millones de historias sobre gloria y batalla que logro sacar en las tabernillas
llenas de caballeros borrachos y damiselas ofrecidas en un lecho; ésta, a todo
aquel buen mozuelo o ser de diversa índole que esté atento a mis palabras, es
una historia libre de capas, armaduras, dragones y monstruos, como normalmente
se acostumbra narrar en esta parte del mundo, sin siquiera cuestionarnos por
qué iniciaron todos estos cánticos sobre un modo de vida que nos impusimos sin
tregua ni debate. Esto que estoy a punto de narrarles, es el único y auténtico,
inicio de mi travesía.
Yo era apenas un niño de unos siete años, que miraba curioso por la
ventana de mi hogar, los vientos fuertes arremolinándose en las copas de los
árboles, donde me pareció rostros formados de las hojas que volaban de aquí
para allá, discutiendo siempre de temas para oídos más experimentados. En ese
momento, mi madre, mi hermosa y bella madre, me llamó para la hora de dormir, y
como soy muy obediente con ella, mis pies se movieron al instante,
encontrándome con su bello rostro a la luz de una pequeña vela, que iluminaba
el camino de vuelta a las sábanas reconfortantes de mi próximo sueño. Antes de
dormir, como era nuestra costumbre, ella siempre me contaba una historia, ya
sea de dragones, de fantasmas, de monstruos, o alguna antigua batalla que
recordara de mi padre, que ya desde hace 15 años, nos dejó para recorrer
aventuras por el resto del mundo. Sin saber exactamente el porqué, le pedí a mi
madre que me contara una historia distinta, alejado de las andanzas
caballerescas y algo más parecido a lo que le gustaba; obviamente, ella se
sorprendió, pero pude sentir, por el leve rubor en sus mejillas, que se sintió
halagada de que su pequeño renacuajo, como acostumbra decirme de cariño, se
sintiera interesado por gustos más personales.
Con un renovado brillo en sus ojos, ella me arropó, y sentándose muy a
mi lado, comenzó a contarme una historia que desde niña, ella tenía siempre en
la cabeza, y le llamaba, “el árbol de las
historias”.
“Cuando el tiempo aún no era
tiempo, y los espacios aún no eran espacios, una pequeña chispa cuyo nombre era
vida, se encontraba muy triste, al verse siempre en medio de tanta obscuridad.
Ella existía, ella permanecía, y conforme a ello, siempre pensaba: “me siento
tan sola, ¡ojalá tuviera alguien con quien hablar!”, de ese pensamiento, hubo
otro, y otro, hasta que de repente comenzó a verse a sí misma rodeada de muchas
más chispas, riendo y cantando, iluminando cualquier rincón obscuro de la
existencia. Tal imagen, que ahora conocemos como imaginación, hizo que el dolor
y soledad fueran aumentando a tal punto, que la pequeña chispa lloró y lloró, y
las lágrimas fueron de aquí para allá, perdiéndose en las interminables sombras
de sus alrededores. Sin saber cuánto tiempo pasó, de lo que pudo ser un
segundo, o quizá una eternidad, de las sombras comenzaron a surgir algunas
pequeñas luces, y esas luces se extendieron en lazos, y tales lazos se
entretejieron hasta formar raíces, y de esas raíces, nació el ya mencionado,
árbol de las historias. Pero, porqué árbol de las historias preguntarás, pues
bien, la pequeña chispa lo llamó así porque entre las luces que conformaba el
gran árbol, se podían ver imágenes de incontables lugares: paraísos, mundos,
tierras, hogares, todo en una constante danza de alegría y amistad. Ante tal
hallazgo, y viendo toda la felicidad transmitida en cada historia que daba el
gran árbol, la pequeña chispa dejó de llorar, y empezó a reír a carcajadas
inmensas provocando que las demás lágrimas lanzadas se volvieran luces, y estas
crecieron hasta apartar toda la obscuridad alrededor, y formar estrellas,
planetas, y todo lo que llamamos como universo y los seres vivientes que
habitan ahí. Desde ese momento, la primera chispa de la vida, nunca más estaría
sola otra vez”.
“¿Y qué pasó después, mami?”.
“¿Que qué pasó? Pues bien,
una cosa y otra, hasta llegar a ti, renacuajo”, dijo rascando mi nariz con su
dedo juguetón. Me apartó algunos cabellos de la frente, y depositó un tierno
beso. “Hora de dormir, recuerda que mañana debes ayudarme con la casa”.
“Si mamá…te quiero mucho”.
“Yo también…descansa”.
Mi mamá se llevó
la luz, y yo me quedé sumido en la obscuridad, preparándome para dormir, aunque
sin saber cuánto tiempo pasó, mis párpados nunca se movieron de su sitio,
manteniéndome con la vista fija en el techo de mi cuarto. No podía dejar de
pensar en la historia, y lo maravillosa que me parecía la imaginación de mi
madre por haberla guardado todos estos años para contármela. Me quedé pensando
en ella, y sin poder evitarlo, recordé el día en que la encontré llorando
mirando el horizonte, seguramente pensando en mi padre, y cuando regresaría.
Ante eso, me levanté de la cama, salí de mi cuarto, y encontré a mi madre,
todavía despierta, mirando por la ventana el viento que chocaba contra las
copas de los árboles, y quizá comprendiendo el lenguaje que susurran los rostros
formados por las hojas que chocaban. Le hablé, y ella volteó en mi dirección,
entre sorprendida y triste, al verme todavía despierto; yo sabía que ella
también estaba triste porque algún día, yo también sería formado caballero, y
me apartarían de su lado, tal como la tradición lo dicta.
“Mamá, ¿extrañas a papá?”, la pregunta pareció sorprenderle, a lo que
rápidamente se secó las lágrimas, y trató de mostrarme su mejor sonrisa.
“No, hijo, no es eso, lo que
pasa es que…
“No tienes por qué mentirme, madre…”, el comentario pareció sorprenderle, pero yo
continué, caminando a ella, “sé que estás
triste…porque te sientes sola…como aquella pequeña chispa de vida…”
Me acerqué a ella,
y la abracé, sin poder contener las lágrimas. ¡No! No quería que me apartaran
de ella, pero sabía que no podía hacer nada, sólo disfrutar los cinco años
restantes que teníamos juntos, los cuales no serían suficientes ni hoy ni
nunca. La miré al rostro, a su tan bonito rostro, y ella también estaba
llorando, pero también totalmente sorprendida:
“Te quiero prometer algo,
mamá”, dije entre
lágrimas, “prometo que cuando sea
caballero, encontraré la forma de regresar a ti”.
“Pero Álister…a ningún
caballero se le tiene permitido eso, tienes que entender que….
“¡No! ¡No! ¡No!, yo
encontraré la forma, veré que haré, lo que sea, por cambiar las cosas, ¡cambiar
al mundo!”
“Pero… ¿qué podrías hacer
tú?”, dijo entre triste y
esperanzada.
“No sé, pero haré algo, lo
impensable, ¡incluso encontraré el árbol de las historias!”
“¿Cómo dices?”
“Dije que encontraré el gran
árbol de las historias, sólo por ti, y te contaré todas las historias que hay
en él para verte siempre sonreír”.
“Álister…yo…no sé qué decir…”
“No digas nada, sólo cree en mí, cree en tu pequeño
renacuajo...su principal meta será encontrar el gran árbol para ti, mamá. ¡Como
caballero, lo juro ante ti y la vida misma!”.
En ese momento mi mamá se llevó las manos a la boca; ella comprendía,
sabiamente, lo que implicaba un juramento de caballero. Mi padre, en su momento,
le hizo uno acerca de que nunca dejaría de amarla, y regresaría por ella. Entre
los caballeros, cuando uno jura algo a alguien, no sólo pone su estatus, logros
y riquezas obtenidas en juego, sino que está dispuesto a ofrecer su honor por
lo prometido, y en caso de no obtenerlo…lo pierde todo…hasta la vida.
Miré a mi madre, y ella me observaba sin poder proferir palabra
alguna. Sé que era muy joven, sé que aún no era armado caballero por ningún rey
o mago alguno, pero un juramento es un juramento, y aunque en mi vida juré
miles de cosas y las cumplí, esta es la principal razón de mis andanzas por las
tierras más inhóspitas. En ese momento, sólo quería ver a mi madre sonreír, y que
tuviera la alegría que tanto se merece por tantos años de sacrificio hacia mí. Ella
me abrazó con fervor, aún sin tomar muy en serio mis palabras, ya que después
de todo, ¿qué podría hacer yo?, quizá no mucho en ese instante, sólo
corresponder el abrazo y aferrarme a la esperanza de mis sueños. Sonreímos
iluminados por la tenue luz de las velas, y sentí una gran plenitud en mi alma,
porque a partir de mis pensamientos a través de la ventana, de la historia, y
la calidez de mi madre, fue el comienzo de mi gran aventura, donde haría lo que
fuera necesario para cumplir con lo jurado…o morir en el intento.
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