lunes, 21 de septiembre de 2015

Y ahora, un cuento.

DECISIÓN.
Un final feliz.

Una vez tuve un sueño surgido del caos y la sangre; yo me encontraba parado ante la entrada de una utopía, y en ésta, había un proclamado guardián de la sociedad, enorme, de armadura cobriza, largas barbas, y muchos rostros envueltos en mantos opacos con miradas brillantes, donde me anunciaban el porvenir de tiempos mejores construidos sobre los cimientos de masacre y apocalipsis, llantos de bebés, risas dementes, muecas de indiferencia, y máscaras de todos los colores que ocultaban el alma de la humanidad, ¡la auténtica humanidad! No pude con esa visión, y lancé un grito con todas mis fuerzas, lanzando en él todo mi asco y rabia endurecida contra el titán de la moral; murió hecho pedazos, y yo desperté recordándome atado a una silla de un psiquiátrico para mi última consulta antes de mi ejecución.
Mi nombre no tiene importancia, sólo sé que soy, y tan soy, que recuerdo una vez, en una novela gráfica sobre H.P Lovecraft, que la única manera de mantener al caos alejado de esta realidad, era el poder de la complejidad que muchos escritores a lo largo de la historia han dado a sus palabras tratando de describir las figuras más obscuras de nuestro inconsciente desde el mismo génesis. Mientras más palabras complejas uses, más fuertes son las barreras de un mundo a otro; pero de así serlo, irónicamente aún me pregunto, ¿por qué me tienen aquí?, ¿por qué me dicen loco?, yo que sólo quería ser un buen escritor, amándola a ella por siempre.
Y atraída a mí como jugarreta de mi buen amigo el demonio, la psiquiatra Érice, entra en la dura habitación apenas iluminada con un diminuto foco suspendido entre las sombras; alta, de cabello largo, con una cara redonda y mejillas algo tenues, un cuerpo atlético de yegua indomable, tal y como la recuerdo desde la primera vez que la vi. Sus ojos delatan el deseo, al verme así, noche tras noche, sometido, vulnerable, siendo completamente esclavo de sus fantasías.
Inmediatamente se acerca a mí, dejando su carpeta llena de hojas con datos sin importancia, ya que a fin de cuentas, ella me conoce desde hace mucho tiempo. Estando incapacitado, ella baja mis pantalones, encontrando una verga encendida por la soledad y promesas calientes; se sube la pequeña falda hasta mostrar esas braguitas que no sirven para esconder la inmensa piel de su hermoso trasero; me tambaleo en la silla, ¡deseo devorar esa conchita tan pecadora!, ¿cuántos miembros de maniacos, violadores, suicidas y asesinos no habrá devorado esa inmensa cueva del placer? Por ello la llaman de muchas formas: puta de mil maniacos, dominatriz de demonios, y mi favorito… “la dama de las serpientes”.
La penetración empieza con un gemido dulce en la obscuridad, el cual aumenta por las embestidas que ella realiza al dejarse caer una y otra vez como una jinete que doma a un semental salvaje; mis risas del placer se ven opacadas por sus manos que presionan mi rostro hacia el espacio de piel entre sus enormes senos, el cual empiezo a saborear con mi fría lengua, sintiendo como sus pezones se endurecen cada vez más; carajo, ¿cuánto tiempo pasó desde la última vez…?, ¿días?, quizá meses. Mientras muerdo sus senos con una necesidad frenética, y ella dejando caer su culo sobre mi miembro, sintiendo las duras y forzadas caricias de su carne y mierda interior, mi mente viaja a las tardes de juego y risa antes del anochecer, donde ignorando a mi sombra, recuerdo las mordidas en el cuello, los rasguños, las caricias antes de poderosas fornicaciones, el olor de la piel sudorosa y el sabor de saliva y sangre envuelta en los gritos cantarines de orgasmos que cubrían toda la piel. Los besos, ¡ah, delicia!, fui al único que le permitió besarla por todas partes, y yo, el único que le permití morderme los labios como lo hace ahora en medio de tan rico trance. Darle por el culo siempre me volvió loco, sintiendo sus nalgas apretar mi pene hasta lo imposible, y todavía más cuando se giraba, aplicando fricción, dándome la espalda, sin poder evitarlo, noche tras noche queriendo romper estas malditas correas para poder explorar su cuerpo ardiente. Ella dio tregua, dejándome al aire, y colocando sus pies en los descansos de la silla; alzó su trasero hasta mi rostro, teniendo una vista espectacular, desde su sabrosa conchita, hasta su besable coño; pocas veces llegábamos a la posición de un sesenta y nueve inclinado…pero después de todo, hoy era un día especial:

La última noche sobre la faz de la tierra –siseé antes de que colocara todo su posterior en mi rostro.
Cállate, y usa la lengua en algo útil.


Y así lo hice: lamí y lamí hasta sentir entumida la lengua, pero aún continué cuando sentí la boca de la doctora chupándomela con un entusiasmo casi asesino, como el de la diosa que quiere extirparle hasta el último gramo de vida a su creación; el tan deseado orgasmo llegó a nosotros como un tsunami de desenfreno y perdición, gemidos y contorsiones de la piel, y la fricción alcanzó su punto de quiebre traducido en sudor y risas. Me siento Dios, puta madre. Ella se bajó de la silla, y yo me quedé ahí, sonriente, rígido, aun bebiendo entre risas y gemidos el semen, la sangre y la mierda de la sabrosa Érice, la cual degusté antes de engullir todo por mi garganta. Después, como un escalofrió, la verdad, ¡la perra niña de mil rostros!, aparece brincando a mí alrededor:


Sabías que se me ejecutaría hoy –no era una pregunta. Ella me miró, arreglando sus ropas con una sonrisa.
Si, así es –dijo, agachándose, acariciando su monumental cuerpo frente a mí–.  Y nada me causa mayor placer el saber que morirás sin haberme probado totalmente. Estoy aquí, para volverte loco en tus últimas horas de vida, gusano.


Se me endureció inmediatamente ante sus palabras, y quise pactar con dios o demonio que me dieran las fuerzas de romper estas malditas correas y posar mis manos en el cuello de tan miserable diosa; ella gozaba haciéndome sufrir así, desde el primer día que llegué a este lugar después de haber perdido mi última batalla contra el orden, ¡porque si!, había declarado una guerra masiva contra el equilibrio, lo justo, la moral, y la sociedad misma. Desde pequeño ésta me hizo sufrir, me hizo olvidar, en medio de tantas reglas, entre escuelas, trabajos, dineros, organizaciones y publicidades que dirigían al mundo matándolo lentamente, las personas que no se responsabilizaban de sus almas, de sus acciones, dejando todo en manos de gobernantes ineptos, universidades estúpidas, empresas masificadoras y consultorías de comunicación inútiles, compuestas por idiotas que predicaban un enfermizo evangelio de un futuro brillante para profesionistas y técnicos, quitando el error de la ecuación de la vida, con el único objetivo de limitar las emociones, cortar las posibilidades, dando la premisa de que si la vida es corta, hay que comprar más, ¿y por qué? ¡Por miedo! Por el maldito miedo de no poder dirigir sus vidas de otra forma. En un principio, les di posibilidad, elección…inocencia…y la despreciaron; entonces les di caos, les di destrucción, les di protestas que sacudieron el tejido social, fuego en las calles, lluvias de ácido, explosiones fenomenales…todo para terminar aquí. Mis elecciones me llevaron a esto, me dirigieron a este destino, lejos de las tardes de juego y risa antes del anochecer, y ahora sufriendo una tremenda frustración sexual antes de morir. Aún excitado, y algo ronco, rompí el silencio con una extraña pregunta:

¿Me extrañarás?

La doctora se congeló al instante, meditando la pregunta; caminó hasta donde estaba, y como el filo más puro que corta hasta la densidad más tenebrosa, así fue la bofetada cuyo sonido hizo eco por toda la habitación:

Extrañaré más a las personas que me quitaste, Zaratu.

Ese nombre, mi verdadero nombre, aquel nombre que pronunciado en sus labios suena tan lejano, y al mismo tiempo, tan inherente a mi ser; era cierto, le había causado mucho dolor, rencor, casi al borde de la locura, porque yo me entregué a ésta sin poder encontrar el camino de vuelta lo suficientemente a tiempo. Y sin embargo, henos aquí, juntos una vez más, en este maldito infierno de la tierra:

¿Entonces a qué viniste, realmente?

No importa cuánto tiempo haya pasado; la conozco, tan bien, que percibo otro motivo de su visita. Ella dejó de mirarme, y así se mantuvo por varios minutos. ¿Qué escondes?, ¿en serio viniste a verme sufrir? No…esa no eres tú, nunca lo has sido, y lo sé desde la primera vez que nos besamos…como extraño tanto esos besos; ¿cuándo cambiaron tanto las cosas? Sé que me espera el infierno, y el mismo Dios ya dictó su sentencia; mi ejecución no es más que una pequeña parte de su furia contra mí, por haber torcido su supuesta “bella creación”; he matado, he violado, he destruido, y he causado horror a mares en la sociedad, y aunque disfruté de todo ello, de llantos y risas, de sangre e intestinos, noches de espanto con cuervos y carroña…aún tenía miedo.

¿Alguna vez fui libre?

¿Me darías un último beso?

Sé que fue una pregunta estúpida, cursi, muy fuera de lugar, que ella respondió con su desdén, con rabia y escupitajos…pero es la única pregunta que yo sabía que le pegaría exactamente donde más le duele: en el recuerdo de nuestro último adiós. Creo que fue ese el motivo por el cual, sorpresivamente, se abalanzó hacia mí, tratando de ahorcarme, y cuando estaba por conseguirlo, había llegado el momento: mis verdugos iban a conducirme a mi última habitación. Se detuvo, y sin miedo, me soltó, por lo que me abalancé contra ella, ¿cuánto tiempo desde nuestro último beso aquella noche donde nuestros caminos se dividieron por el caos y la sangre?, las calles llameantes, los gritos de libertad, las miradas de miedo y duda, y yo alejándome por un miedo infantil de no saberme libre. Así corrían mis pensamientos lentamente, mientras yo le devolvía el favor inicial a Érice, rodeando su cuello con mis manos, y apretando iracundo, mirándola siempre a los ojos, esperando la extinción de su vida, hasta que tranquilizantes electrificados me hicieron perder el sentido de un camino obscuro…
…Después…una ráfaga de viento helado, donde se percibía la existencia de ceniza y putrefacción, un ambiente de sombras apenas iluminado por las incansables llamas que envolvían el psiquiátrico en el cual fui confinado. Juro por mi vida, por el caos, y por todo lo sagrado, que ésta, mi séptima reclusión, será la última; jamás volverán a atraparme con vida. Así es, no es la primera vez que me confinan a las sombras, sólo que esta vez…tuve una luz que me ayudó a mostrarme un camino alternativo. Mis besos continuaban sobre el cuello de Érice, quien sentada en el suave césped de un bosque lejano, igual miraba la destrucción del orden social al que pertenecía; veía nostalgia, pero igual determinación, la misma mirada del primer día de nuestro amor, la misma mirada del último día del mismo, e igual, la misma mirada con la cual pateó a los guardias con tranquilizantes, dándome la oportunidad de acabarlos, y escapar juntos. Nunca creí que esto terminaría como nuestra primera cita: nerviosos, pensativos, sin algo elocuente que decir…sólo seguía besándole las marcas provocadas por mi locura, jurando que nunca volverían a provocarle daño alguno:


Ellos nunca dejarán de perseguirte… –dijo después de un rato–. Nos darán caza hasta destruirnos.
Lo sé, y quiero ver que lo intenten…porque cuando los destruya, quiero que me vean llegar…
¿Me amas?, ¿a pesar de todo?
–…Siempre. Nunca pudo ser de otra manera…


Nos dimos un beso más, alejado del caos y la sangre, del horror y la lujuria, un beso alejado de todos los pasados, un beso más poderoso que el grito más terrible o el llanto más prologado, un beso que destruyó la sociedad que me rodeaba, e hizo crecer una nueva humanidad en mí; un beso que me sabía a paz, a calidez, ¿y por qué no?, a amor… ¡hasta un viejo bastardo asesino como yo puede sentir lo que es amor, maldita sea!. Los gritos de anarquía quedaron mudos ante el sabor de sus labios, tan complacientes, tan dulces, alejando los miedos. Por primera vez, en este camino obscuro, y en este nuevo mañana, al sentir nuevamente sus labios…fui libre.

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