DECISIÓN.
Un final feliz.
Una vez tuve un sueño surgido
del caos y la sangre; yo me encontraba parado ante la entrada de una utopía, y
en ésta, había un proclamado guardián de
la sociedad, enorme, de armadura cobriza, largas barbas, y muchos rostros envueltos
en mantos opacos con miradas brillantes, donde me anunciaban el porvenir de
tiempos mejores construidos sobre los cimientos de masacre y apocalipsis,
llantos de bebés, risas dementes, muecas de indiferencia, y máscaras de todos
los colores que ocultaban el alma de la humanidad, ¡la auténtica humanidad! No
pude con esa visión, y lancé un grito con todas mis fuerzas, lanzando en él
todo mi asco y rabia endurecida contra el titán de la moral; murió hecho
pedazos, y yo desperté recordándome atado a una silla de un psiquiátrico para
mi última consulta antes de mi ejecución.
Mi nombre no tiene importancia,
sólo sé que soy, y tan soy, que recuerdo una vez, en una novela gráfica sobre
H.P Lovecraft, que la única manera de mantener al caos alejado de esta realidad,
era el poder de la complejidad que muchos escritores a lo largo de la historia
han dado a sus palabras tratando de describir las figuras más obscuras de
nuestro inconsciente desde el mismo génesis. Mientras más palabras complejas
uses, más fuertes son las barreras de un mundo a otro; pero de así serlo,
irónicamente aún me pregunto, ¿por qué me tienen aquí?, ¿por qué me dicen
loco?, yo que sólo quería ser un buen escritor, amándola a ella por siempre.
Y atraída a mí como jugarreta de
mi buen amigo el demonio, la psiquiatra Érice, entra en la dura habitación
apenas iluminada con un diminuto foco suspendido entre las sombras; alta, de
cabello largo, con una cara redonda y mejillas algo tenues, un cuerpo atlético
de yegua indomable, tal y como la recuerdo
desde la primera vez que la vi. Sus ojos delatan el deseo, al verme así,
noche tras noche, sometido, vulnerable, siendo completamente esclavo de sus
fantasías.
Inmediatamente se acerca a mí,
dejando su carpeta llena de hojas con datos sin importancia, ya que a fin de
cuentas, ella me conoce desde hace mucho tiempo. Estando incapacitado, ella
baja mis pantalones, encontrando una verga encendida por la soledad y promesas
calientes; se sube la pequeña falda hasta mostrar esas braguitas que no sirven
para esconder la inmensa piel de su hermoso trasero; me tambaleo en la silla,
¡deseo devorar esa conchita tan pecadora!, ¿cuántos miembros de maniacos,
violadores, suicidas y asesinos no habrá devorado esa inmensa cueva del placer?
Por ello la llaman de muchas formas: puta
de mil maniacos, dominatriz de demonios, y mi favorito… “la dama de las serpientes”.
La penetración empieza con un
gemido dulce en la obscuridad, el cual aumenta por las embestidas que ella
realiza al dejarse caer una y otra vez como una jinete que doma a un semental
salvaje; mis risas del placer se ven opacadas por sus manos que presionan mi
rostro hacia el espacio de piel entre sus enormes senos, el cual empiezo a
saborear con mi fría lengua, sintiendo como sus pezones se endurecen cada vez más;
carajo, ¿cuánto tiempo pasó desde la última vez…?, ¿días?, quizá meses.
Mientras muerdo sus senos con una necesidad frenética, y ella dejando caer su
culo sobre mi miembro, sintiendo las duras y forzadas caricias de su carne y
mierda interior, mi mente viaja a las tardes de juego y risa antes del
anochecer, donde ignorando a mi sombra, recuerdo las mordidas en el cuello, los
rasguños, las caricias antes de poderosas fornicaciones, el olor de la piel
sudorosa y el sabor de saliva y sangre envuelta en los gritos cantarines de
orgasmos que cubrían toda la piel. Los besos, ¡ah, delicia!, fui al único que
le permitió besarla por todas partes, y yo, el único que le permití morderme
los labios como lo hace ahora en medio de tan rico trance. Darle por el culo siempre
me volvió loco, sintiendo sus nalgas apretar mi pene hasta lo imposible, y
todavía más cuando se giraba, aplicando fricción, dándome la espalda, sin poder
evitarlo, noche tras noche queriendo romper estas malditas correas para poder
explorar su cuerpo ardiente. Ella dio tregua, dejándome al aire, y colocando
sus pies en los descansos de la silla; alzó su trasero hasta mi rostro,
teniendo una vista espectacular, desde su sabrosa conchita, hasta su besable
coño; pocas veces llegábamos a la posición de un sesenta y nueve inclinado…pero
después de todo, hoy era un día especial:
–La última
noche sobre la faz de la tierra –siseé antes de que colocara todo su
posterior en mi rostro.
–Cállate, y usa la lengua en algo útil.
Y
así lo hice: lamí y lamí hasta sentir entumida la lengua, pero aún continué
cuando sentí la boca de la doctora chupándomela con un entusiasmo casi asesino,
como el de la diosa que quiere extirparle hasta el último gramo de vida a su
creación; el tan deseado orgasmo llegó a nosotros como un tsunami de desenfreno
y perdición, gemidos y contorsiones de la piel, y la fricción alcanzó su punto
de quiebre traducido en sudor y risas. Me siento Dios, puta madre. Ella se bajó
de la silla, y yo me quedé ahí, sonriente, rígido, aun bebiendo entre risas y
gemidos el semen, la sangre y la mierda de la sabrosa Érice, la cual degusté
antes de engullir todo por mi garganta. Después, como un escalofrió, la verdad,
¡la perra niña de mil rostros!, aparece brincando a mí alrededor:
–Sabías que se
me ejecutaría hoy –no era una pregunta. Ella me miró, arreglando sus ropas
con una sonrisa.
–Si, así es –dijo, agachándose,
acariciando su monumental cuerpo frente a mí–.
Y nada me causa mayor placer el
saber que morirás sin haberme probado totalmente. Estoy aquí, para volverte
loco en tus últimas horas de vida, gusano.
Se
me endureció inmediatamente ante sus palabras, y quise pactar con dios o
demonio que me dieran las fuerzas de romper estas malditas correas y posar mis
manos en el cuello de tan miserable diosa; ella gozaba haciéndome sufrir así,
desde el primer día que llegué a este lugar después de haber perdido mi última
batalla contra el orden, ¡porque si!, había declarado una guerra masiva contra
el equilibrio, lo justo, la moral, y la sociedad misma. Desde pequeño ésta me
hizo sufrir, me hizo olvidar, en medio de tantas reglas, entre escuelas,
trabajos, dineros, organizaciones y publicidades que dirigían al mundo
matándolo lentamente, las personas que no se responsabilizaban de sus almas, de
sus acciones, dejando todo en manos de gobernantes ineptos, universidades
estúpidas, empresas masificadoras y consultorías de comunicación inútiles,
compuestas por idiotas que predicaban un enfermizo evangelio de un futuro
brillante para profesionistas y técnicos, quitando el error de la ecuación de
la vida, con el único objetivo de limitar las emociones, cortar las
posibilidades, dando la premisa de que si la vida es corta, hay que comprar
más, ¿y por qué? ¡Por miedo! Por el maldito miedo de no poder dirigir sus vidas
de otra forma. En un principio, les di posibilidad, elección…inocencia…y la
despreciaron; entonces les di caos, les di destrucción, les di protestas que
sacudieron el tejido social, fuego en las calles, lluvias de ácido, explosiones
fenomenales…todo para terminar aquí. Mis elecciones me llevaron a esto, me
dirigieron a este destino, lejos de las tardes de juego y risa antes del
anochecer, y ahora sufriendo una tremenda frustración sexual antes de morir. Aún
excitado, y algo ronco, rompí el silencio con una extraña pregunta:
–¿Me extrañarás?
La
doctora se congeló al instante, meditando la pregunta; caminó hasta donde
estaba, y como el filo más puro que corta hasta la densidad más tenebrosa, así
fue la bofetada cuyo sonido hizo eco por toda la habitación:
–Extrañaré más a las personas que me
quitaste, Zaratu.
Ese
nombre, mi verdadero nombre, aquel nombre que pronunciado en sus labios suena
tan lejano, y al mismo tiempo, tan inherente a mi ser; era cierto, le había
causado mucho dolor, rencor, casi al borde de la locura, porque yo me entregué
a ésta sin poder encontrar el camino de vuelta lo suficientemente a tiempo. Y
sin embargo, henos aquí, juntos una vez más, en este maldito infierno de la
tierra:
–¿Entonces a qué viniste, realmente?
No
importa cuánto tiempo haya pasado; la conozco, tan bien, que percibo otro
motivo de su visita. Ella dejó de mirarme, y así se mantuvo por varios minutos.
¿Qué escondes?, ¿en serio viniste a verme sufrir? No…esa no eres tú, nunca lo
has sido, y lo sé desde la primera vez que nos besamos…como extraño tanto esos
besos; ¿cuándo cambiaron tanto las cosas? Sé que me espera el infierno, y el
mismo Dios ya dictó su sentencia; mi ejecución no es más que una pequeña parte
de su furia contra mí, por haber torcido su supuesta “bella creación”; he
matado, he violado, he destruido, y he causado horror a mares en la sociedad, y
aunque disfruté de todo ello, de llantos y risas, de sangre e intestinos,
noches de espanto con cuervos y carroña…aún tenía miedo.
¿Alguna
vez fui libre?
–¿Me darías un último beso?
Sé que fue una pregunta estúpida, cursi, muy fuera de
lugar, que ella respondió con su desdén, con rabia y escupitajos…pero es la
única pregunta que yo sabía que le pegaría exactamente donde más le duele: en el recuerdo de nuestro último adiós.
Creo que fue ese el motivo por el cual, sorpresivamente, se abalanzó hacia mí,
tratando de ahorcarme, y cuando estaba por conseguirlo, había llegado el
momento: mis verdugos iban a conducirme a mi última habitación. Se detuvo, y
sin miedo, me soltó, por lo que me abalancé contra ella, ¿cuánto tiempo desde
nuestro último beso aquella noche donde nuestros caminos se dividieron por el caos
y la sangre?, las calles llameantes, los gritos de libertad, las miradas de
miedo y duda, y yo alejándome por un miedo infantil de no saberme libre. Así
corrían mis pensamientos lentamente, mientras yo le devolvía el favor inicial a
Érice, rodeando su cuello con mis manos, y apretando iracundo, mirándola
siempre a los ojos, esperando la extinción de su vida, hasta que
tranquilizantes electrificados me hicieron perder el sentido de un camino
obscuro…
…Después…una
ráfaga de viento helado, donde se percibía la existencia de ceniza y
putrefacción, un ambiente de sombras apenas iluminado por las incansables
llamas que envolvían el psiquiátrico en el cual fui confinado. Juro por mi
vida, por el caos, y por todo lo sagrado, que ésta, mi séptima reclusión, será la
última; jamás volverán a atraparme con vida. Así es, no es la primera vez que
me confinan a las sombras, sólo que esta vez…tuve una luz que me ayudó a
mostrarme un camino alternativo. Mis besos continuaban sobre el cuello de
Érice, quien sentada en el suave césped de un bosque lejano, igual miraba la
destrucción del orden social al que pertenecía; veía nostalgia, pero igual
determinación, la misma mirada del primer día de nuestro amor, la misma mirada
del último día del mismo, e igual, la misma mirada con la cual pateó a los
guardias con tranquilizantes, dándome la oportunidad de acabarlos, y escapar
juntos. Nunca creí que esto terminaría como nuestra primera cita: nerviosos,
pensativos, sin algo elocuente que decir…sólo seguía besándole las marcas
provocadas por mi locura, jurando que nunca volverían a provocarle daño alguno:
–Ellos nunca
dejarán de perseguirte… –dijo después de un rato–. Nos darán caza hasta destruirnos.
–Lo sé, y
quiero ver que lo intenten…porque cuando los destruya, quiero que me vean
llegar…
–¿Me amas?, ¿a
pesar de todo?
–…Siempre. Nunca pudo ser de otra manera…
Nos
dimos un beso más, alejado del caos y la sangre, del horror y la lujuria, un
beso alejado de todos los pasados, un beso más poderoso que el grito más
terrible o el llanto más prologado, un beso que destruyó la sociedad que me
rodeaba, e hizo crecer una nueva humanidad en mí; un beso que me sabía a paz, a
calidez, ¿y por qué no?, a amor… ¡hasta un viejo bastardo asesino como yo puede
sentir lo que es amor, maldita sea!. Los gritos de anarquía quedaron mudos ante
el sabor de sus labios, tan complacientes, tan dulces, alejando los miedos. Por
primera vez, en este camino obscuro, y en este nuevo mañana, al sentir
nuevamente sus labios…fui libre.
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