BIBLIA DE MONSTRUOS Y SUEÑOS
PRESENTA:
ELENA.
La
esclavitud del amor y las flores de la vida.
La
vorágine de sabores que se entremezclan al bajar por mi garganta, me permiten
la concepción de nuestra historia sin siquiera estar escrita todavía. Cuantas
noches, en soledad, por tu inclemencia, anhelé tus besos, tus abrazos, y tus
deliciosos gemidos. Mi lengua se pasea por tus enrojecidos pies, mi boca recibe
con gusto la saliva que me escupes, y mi piel clama excitada otro golpe de tus
látigos, mientras mi mente viaja a los primeros ayeres.
Mis
pasos, en aquél entonces, me hacían descender poco a poco a la brutal locura.
Las guerras del mundo, me habían convertido en un soldado, en un hombre con
gusto por la muerte, y a través de ese camino, probé infinidad de féminas,
sabores peculiares que emanaban de sus flores recién nacidas, pero nada lograba
saciarme, llevarme al límite, quedando la tan anhelada libertad de éxtasis poco
a poco en el olvido. Eso…hasta que la conocí a ella.
Las
guerras habían terminado, y los hombres de bien volvían a casa con sus
familias, pero yo, al no tener un hogar, con todos mis parientes muertos,
decidí tomar un empleo de guardia en una de las mansiones sobrevivientes a tan
sangriento conflicto. Me sentía insatisfecho, brutalmente arrepentido de a
donde me habían llevado mis pasos, pero no tenía otra opción. La encomienda era
sencilla: proteger el lugar. La mansión pertenecía a una de las mujeres más
poderosas de la antigua era, antes de los días monstruosos, y al morir, heredó
todo a su única hija. Aunque la historia era curiosa, decidí no indagar más en
el asunto, porque de todas formas, ¿qué esperaba encontrar ahí?, y por ello me
enfoqué en el trabajo.
Los jardines se
convirtieron en mi propio rincón del mundo donde podía pensar, donde podía
recordar viejas hazañas, y dedicar uno que otro rezo a un compatriota caído. El
mundo, bien lo supe, jamás volvería a ser el de antaño, porque aunque los héroes
de la nueva estirpe mundana prometan seguridad, siempre recordaremos que todos
guardamos un monstruo propio. Extrañamente, ante esos pensamientos, finalmente
la conocí…a Elena.
Regresaba al resguardo de
mis aposentos, los que me asignaron los criados administradores del lugar, y
ahí, me encontré con una joven de extrema belleza, con largos cabellos negros,
luciendo un delicado vestido de flores azuladas, pero transmitiendo una sensualidad
propia de la inteligencia desenvuelta por la picardía, al enseñar unas largas
piernas cubiertas por medias de seda obscura, cuyo final mostraban unos
frágiles pies cubiertos por unos resistentes botines. Se encontraba sentada,
exhibiendo la hermosura de sus piernas al tenerlas sobre mi escritorio, y
leyendo uno de mis libros privados:
—“La
venus de las pieles”, creado en 1870 por Leopold von Sacher-Masoch, para su extinto
proyecto, “el legado de Caín” —dijo con una voz suave, la cual me dejó anonadado,
y haciéndome saber que se percataba de mi presencia—. Para ser un hombre de
guerra, usted posee gustos muy refinados.
—Fue…fue un regalo de mi
madre —dije apenas, ante la impresión.
Apartó la vista del libro,
y me observó, dedicándome una sonrisa tan abierta, tan pícara, que logró
dejarme con la guardia baja. Dejó el libro sobre la mesa, y con una finura sólo
correspondiente a una dama experimentada en las artes de la seducción, volteó
todo su cuerpo hacia mí, dedicándome enteramente una vista espectacular sobre
las piernas que cruzó ante mí mirada embobada:
—Usted
es el nuevo guardia… ¿cómo se llama? —preguntó seriamente.
—Mi
nombre es Jeffrey, señorita —dije respetuosamente, sorprendido de haber
dedicado tal tono a una niña.
—Jeffrey,
¿no le parece un nombre estúpido para un soldado? —dijo despectivamente.
—Me
disculpo —dije un poco más serio—. Supongo que tendría que discutirlo con mi
madre, quien descansa en paz.
—Quizá
deba llegar a ello —dijo, cruzando los brazos bajo su pequeño busto, consternándome
de hacerme notar tales cosas—. No estoy para nada contenta con usted.
—Y…
¿eso a qué se debe?
—Mis
criados podrán verlo como un héroe que luchó en grandes batallas, pero para mí,
no es más que un empleado de mantenimiento —dijo de manera autoritaria—. Y por
ello, le exijo una nueva serie de labores.
—¿Y
qué labores son esas, señorita? —dije, sorprendido ante el tono que usaba. Mi
corazón latía rápido.
—Regar
mis flores —dijo sonriendo de súbito—. Mis criados tienen otras ocupaciones por
el momento, y ya que le encanta estar en el jardín, creo que es una tarea a su
medida… ¿me he expresado con claridad?
—Si
señorita… —dije, tratando de tranquilizar mi corazón. ¿Qué me pasaba?
—Señorita
Elena —dijo volviendo a su tono autoritario—. Mientras usted aquí, yo soy su
ama y señora, ¿está claro?
—…Si,
señorita Elena —dije con esfuerzo.
—Bien… —se levantó, y se
acercó a mí—. Dígame, ¿le gusta mi vestido?
Me permití observarla
atentamente, y con sutileza, le dije que me parecía encantador, como si me
tratara de uno de esos caballeros del viejo mundo. Ella frunció los labios, y
mientras mi corazón latía nuevamente, sonrió al final con desprecio:
—¡Perfecto! Una razón más
para cambiarme —respiré hondo, tratando de controlar el temblor que subía por
mi columna. Nunca me había sentido así, pero su tono me hacía desearla. Antes
de salir, ella se detuvo—. ¡Ah! Por cierto, un dato interesante sobre su
novela: el nombre de su creador, lo vincularon con el masoquismo, ¡cosa
curiosa!, ¿verdad?
Recuerdo
cómo apreté los dientes, y luché con el deseo animal de arrojarme a ella,
tratando de extinguir las dudas que me acusaban por lo que estaba pensando,
¿por qué tan súbito ardor?, ¿por qué tan súbito placer?, ¿por qué tan súbita
locura?, ¡era apenas una niña, maldición! Con normalidad le hubiera respondido,
gritado incluso, pero…había algo en esta pequeña dama que me volvía…sumiso,
paciente. Nunca había pasado, pero sin lugar a dudas, pasó. Lo extraño fue que,
al voltear para observarla una última ocasión, me encontré con la decepcionante
realidad de que me encontraba solo, como si se hubiera esfumado con el aire.
Inició
mi trabajo, degradándome de guardia a jardinero, de héroe a sirviente, y me
dediqué no sólo a regar las flores, sino a pasar varias horas con la tierra y
sus misterios, buscando el máximo beneficio para tanta vida con pocos recursos.
A veces, en medio del sol, podía ver a la joven dama pasear por los jardines,
acompañada de algunas criadas, con una sombrilla, y lentes obscuros. Por la
diversidad de vestuarios que lucía, llegué a creer que la pequeña estaba loca,
pero tales pensamientos se desvanecían ante una que otra mirada que me
dedicaba.
En una ocasión, donde me
encontraba trabajando incansablemente en la tierra, noté como la pequeña
princesa se paseaba por los alrededores, casi como si estuviera merodeándome.
Ante el cansancio, caí de rodillas un momento, soltando mi pala, pero cuando me
recuperé dispuesto a sostenerla, una bota pateó la herramienta, para luego
pisar mi mano. Alcé la vista, encontrándome con los fríos ojos de mi ama. Mi
corazón volvió a latir con fuerza, y sorpresivamente, una sonrisa se dibujó en
su rostro:
—Cuentan
las historias, como los hombres han peleado por reyes que ni conocen —dijo
Elena—. ¿Te gustan mis botas?
—…Si,
me gustan —dije mirándolas con atención, y ante eso, la niña presionó más mi
mano.
—¿Pelearías por ellas? —me
dijo seriamente—. ¿Por lamerlas?
Mi boca estaba cerca de
sus botas, y ante este sometimiento, mi virilidad clamaba por una liberación.
Era obvio que la querida Elena intentaba seducirme, pero bien sabemos que un
soldado lucha hasta el final. La miré, sonriendo:
—Creo que está
malinterpretando la historia, señorita —dije, y en su mirada se reflejó la
duda—. Los reyes confieren cierta validación a las acciones de un soldado, pero
éste, siempre buscará sentidos más nobles, como la protección de una bella
flor, tal como lo es usted, y por ende, ser correspondido. Así que, no digo que
no me gustaría someterme a sus órdenes, pero si voy a pelear por proteger una
flor, me gustaría conocerla en verdad.
La sorpresa se reflejó en
su rostro unos segundos, para luego recuperar su característica frialdad.
Liberó mi mano con rapidez, y me ordenó que continuara con mi labor. Ahí
comprendí, que hasta cierto punto, estábamos a mano.
Como siempre, el tiempo te
aleja de los inicios, y se va construyendo la cotidianidad. Durante esos meses,
no hubo mayores acontecimientos, quizá por la intuición de la pequeña Elena al
verse derrotada en su intento de seducirme, lo cual me daba ratos de risa
personal, pero poco después, las risas abandonaron mi sentido, ante la visión
de algo majestuoso. Mi trabajo habitual con las flores me tenía ocupado, pero
pocas veces lo hacía cerca de la mansión, bajo unos ventanales, y fue esa
diferencia, lo que marcó un nuevo camino de placeres. Unos pequeños golpes
habían captado mi curiosidad, por lo que me obligué a dejar lo que estaba
haciendo, y mirar hacia arriba, encontrándome con una imagen abrumadora. Una
mujer, aparentando mi edad, pero no escasa de juventud, ante mi vista
sorprendida, se quitaba un elegante vestido rojo, mostrándome las delicias de
su carne. Me quedé pasmado, embobado, excitado, y más aún ante las miradas
provocativas que me lanzaba aquella mujer. Caí de rodillas, deseando llegar a
tal diosa por cualquier medio, pero mis fantasías de perversa conclusión se
vieron interrumpidas ante la angelical voz de mi pequeña ama:
—¿Disfrutando la vista?
—dijo Elena detrás de mí. Pasmado reaccioné y me giré para verla—. De las
flores, claro, ¿qué otra vista había que disfrutarse?
Miré
hacia la ventana, y efectivamente, la mujer se había ido, como si nunca hubiera
estado, ¿habría sido mi imaginación? Esa fue mi duda hasta que una de las
criadas llamó a la señorita para la merienda, ¡cosa rara!, ya que nunca habían
referido algo parecido, entendiendo que Elena comía en privado. A discreción, me
acerqué a una de las criadas que cuidaban a la pequeña, y pregunté por la mujer
que vivía en la casa, pero sólo obtuve silencio, confirmando desde que llegué,
un extraño temor general por referir ese tipo de asuntos fuera de lo común.
¿Quién era esa mujer?, ¿y por qué tenía la sensación de conocerla?, ¿por qué
sentía algo tan…familiar? Era algo que debía descubrir por mí mismo.
Habiendo terminado mis
labores matutinas, me colé a la mansión, hasta la parte de las habitaciones, y
siguiendo a algunas criadas, pude toparme con la habitación de Elena.
Curiosamente, no tuve dificultad para adentrarme, y me encontré con un
escenario inesperado. Sus aposentos poseían una impecable decoración, pero
había muchas peculiaridades, sin mencionar, irregularidades. Cuadros, telas,
muebles, objetos, que mantenían una constante radical: todas venían de
distintos confines del mundo, sino es que de todos, incluso al revisar, pude
percatarme que muchos eran antes de las guerras, como libros de títulos
exterminados, computadoras portátiles, lámparas, dinero, cosméticos,
herramientas, incluso armas primitivas como pistolas, cuchillos, y más. Me
acerqué a la cama, y encontré en ella algo que simplemente, me asustó, no para
aterrorizarme, pero si para palidecerme debido a que su sola existencia era
inconcebible: una cajita musical. La tomé entre mis manos, y en ese momento,
gracias a mis pasados instintos despertados por las circunstancias, me percaté
que no estaba solo. En el marco de la puerta, observándome entre sorprendida e
indiferente, sosteniendo una sombrilla, se encontraba mi ama:
—¿Así es como cuidas mis
flores? —dijo despectivamente—. ¿Qué significa esta irrupción?
Me sentí como un sucio
extraño ante esa tan bella e hipnótica mirada, pero haciendo un esfuerzo, me
mantuve avante ante la adversidad. Pedí disculpas por mi intromisión, alegando
que había algunas cosas que debía saber si planeaba continuar con mis labores.
Algunos criados varones estaban listos para intentar sacarme, pero con un leve
movimiento de mano, Elena los detuvo, y les indicó que nos dejaran solos. Cerró
la puerta, y aunque se me notaba el nerviosismo, decidí permanecer con un
semblante serio:
—Veo
que le atraen las cajas musicales —dijo súbitamente sonriente, acercándose a
mí—. La construí yo misma.
—Perdone,
pero eso me parece improbable —dije permitiéndole su paso para sentarse en su
cama.
—Explíquese,
caballero —dijo sin perder ni la seriedad ni la sonrisa.
—Durante
las primeras trece guerras, los países aliados necesitaban métodos de espionaje
cada vez más…refinados, para obtener información de los enemigos que se
beneficiaban de las catástrofes que asolaban el mundo —le espeté la cajita—.
Para ello, se reunieron a los últimos artesanos, dedicados a la creación de una
serie de inventos, indetectables para la tecnología enemiga, pero aún
poseedores de complejos mecanismos: así nacieron estas cajas musicales.
“A
simple vista, pueden parecer un mero objeto decorativo, y en sí, lo son, al no
ser letales, sin embargo, poseen una peculiaridad grandiosa, digna del ingenio
humano”.
“Colocadas
en los lugares correctos, la música lanzada provoca un campo auditivo latente,
la cual es capaz de atrapar los sonidos en una atmósfera cerrada, y por ende,
deformar la canción a tal grado, que el dueño creería que estas cosas se
volvían inútiles. Ahí es el preciso instante, cuando recuperamos dichos
inventos”.
—Sonidos
que atrapan sonidos —concluyó Elena—. Ingenioso, útil en más de una ocasión.
Pero eso no explica su intrusión aquí.
—Señorita
Elena, yo mismo supervisé la invención de dichos artefactos, y contabilicé
quienes, cuáles y cuantas cajas se fabricaron: 82 en total —dije seriamente,
mirando la cajita en mis manos—. Y en ningún momento, me topé con ésta, lo que
me lleva a la conclusión, de que quizá, si, usted la construyó, pero me parece
imposible que tuviera dichos conocimientos, ya que fue un proyecto clasificado.
¿Si me doy a entender por dónde voy?
—¡Bah!
No tengo porque explicarme a un empleaducho como usted —dijo indiferente—. Sólo
limítese a servirme y no hacer preguntas. Deje esa baratija y váyase de aquí, ¡inmediatamente!
—¡Cállese
la puta boca! ¡Maldita sea!—dije, exaltándola, lanzando la caja al suelo, y
lanzándome sobre ella, agarrándola de sus manos—. Muchos amigos míos murieron
por ese proyecto, ¡muchos fueron torturados!, entre ellos mi hermano, ¡así que
muestre más respeto a lo que usted considera “baratija”!
—¡¿Qué
significa esta ofensa?! ¡Suélteme malnacido!
—¿Qué pasa, señorita?, ya
no se ve tan fuerte como antes —dije sonriéndole con cinismo—. ¿A dónde se fue
esa frialdad suya?, o quizá, usted no es quién dice ser, ¡he!, ¡contésteme!,
¿quién es usted realmente?
Súbitamente, la pequeña
Elena dejó de moverse debajo de mí, y me miró con una calma un tanto extraña.
Una sensación de terrible peligro me sacudió completamente, al observar cómo
los ojos cafés de la niña, se inyectaban en un rojo llameante. De pronto, me vi
impulsado por los aires, pero cuando creí que mi destino inmediato sería el
suelo, me sorprendí al verme suspendido en medio de la habitación. Elena se
levantó de la cama, tranquilamente, acomodándose su vestido, y mirándome con un
aspecto un tanto feroz.
—No
tienes ninguna idea de lo que soy, gusano —me dijo con moderada rabia—. Pero te
puedo jurar, que nunca permitiré que un simio como tú atente contra el honor de
mi raza, ¡mi honor!
—¿Qué…es
usted? —pregunté, aún temeroso.
—¿No
lo adivina? No, claro que no, un simio como usted… —dijo despectivamente.
Súbitamente sonrió, aún la ira en sus ojos—. Le daré una pista, “¡Escúcheles!
¡Son los hijos de la noche! Sus aullidos son cómo música para mis oídos”… ¿no?
Bueno, ¿qué tal este?, “De la semilla de Belial, surgió el vampiro Nosferatu
que, como tal, vive y se alimenta de la sangre de la humanidad”… ¿no? ¡Esa es
más sencilla!, ¿quizá algo del nuevo siglo?, “La victoria parecía estar a
nuestro alcance, era el derecho a nacer de los vampiros”, “A veces el mundo no
necesita a un héroe, a veces lo que necesita, es un monstruo”… ¿qué pasa?,
¿tengo que brillar acaso para que lo entiendas?, ¿controlar los elementos
naturales?
—¿Qué?
—Referencias
vergonzosas y estúpidas dentro de nuestra historia…mí historia —dijo Elena
perdiendo la sonrisa un momento—. Al menos, dentro de la psique humana. ¿Qué me
dices de ésta?, “Oh la noche de la sed,
creaturas vestidas con el viento; demonios entre los mortales nos llamaron,
pero ángeles de las sombras fuimos”, poema del siglo 23, por un tal Dante
Polidec, italiano, aunque de dudosa procedencia, y más cuando enloqueció ante
tantas visiones…decía que era visitado por creaturas macabras en sus sueños.
—Vampiro…
—dije finalmente—. Los comienzos de la guerra…ataques oníricos…el primer
frente…creaciones de experimentos del enemigo.
—¡Error!
—gritó Elena, sintiendo cómo mi cuerpo se apretaba—. Nosotros existimos siglos antes
de los inventos del hombre, pero a causa de sus malditas guerras, a causa de su
constante búsqueda por el poder… ¡toda mi raza fue capturada!, usada,
¡violada!, en sus malditos experimentos para crear monstruos…mi familia, mis
amigos, todos se fueron, ¿y a qué costo?, ¿una maldita era de paz?
—Yo,
yo no sabía…
—¡Claro
que no lo sabías! Tú sólo peleabas por lo que creías correcto, ¡tan ciego!,
cual simio…
—… ¿Vas…vas a matarme?
De
pronto, de esa mirada rabiosa, brotó una sonrisa más, no alegre, sino maquiavélica,
reflejando un disfrute ante pensamientos que no me atrevía imaginar. Poco a
poco, su rostro, reflejó una turbación, como si se diera cuenta de algo
importante. Caí pesadamente al suelo, y la señorita Elena, me ordenó retirarme
de su habitación. Sentía miedo, sin duda, pero también, tenía más cosas que
preguntar. Yo no era un experto en vampiros, y tampoco estaba al tanto de todos
los detalles del enemigo; yo sólo peleaba por lo correcto…por qué era lo
correcto, ¿verdad?
Volví
a mi habitación asignada, y me mantuve ahí por varias horas, sabedor que si
ella quisiera, entraría a mis rincones sin el más mínimo esfuerzo. Una voz, una
de las criadas, me pidió salir porque la señorita Elena deseaba verme. Me negué
no una, no dos, no tres veces, sino doce veces antes de que volviera el
silencio a mis alrededores, además, ¿qué esperaban de mí?, ¿qué estará
planeando?, ¿acaso está jugando conmigo? Sólo podía recordar el rostro de
aquella jovencita, tan dulce, en contraste con la macabra sonrisa que me dedicó…
¿qué estaría pensando en esos momentos?, ¿asesinarme?, ¿torturarme?, ni idea,
aunque…de súbito reaccionó y me dejó ir… ¿qué quería ahora?
Al treceavo llamado por mi
presencia, decidí levantarme, debido a que su voz, por algún motivo, me
transmitió más tranquilidad. Salí, y de vuelta a la mansión, a los pies de las
escaleras, estaban todos los criados, mientras que en la parte superior, se
encontraba la señorita con un nuevo vestido, que la hacía lucir radiante.
Primero miré a los criados, y luego miré a Elena, olvidando la ferocidad de
hace rato, y encontrándome con un rostro bellamente sumergido en la duda:
—Gracias a todos por venir
—declaró finalmente, reflejando aflicción—. Como bien sabrán, surgió un pequeño
altercado entre el joven Jeffrey y yo… —todos voltearon a verme, pero yo me
mantuve calmado—. Por lo que...yo, ante todos…me…
Mi corazón empezó a
acelerarse, y de pronto, una inmensa sensación de tristeza me invadió. Alcé la
vista lo suficiente para que nuestras miradas trataran de intercambiar
significados aún indescifrables para mi humana condición, pero los fenómenos
sensitivos por los que mis pensamientos se vieron acorralados, eran bastante
vivos. ¿Acaso ella…trataba de comunicarse conmigo, transmitiéndome su sentir?,
¿por qué haría tal cosa? Dejé mis cavilaciones al menor movimiento de sus
labios:
—Me disculpo…con usted
Jeffrey.
Mi corazón se detuvo un
momento, para luego latir de manera desenfrenada:
—Sé
que me comporté de manera…salvaje, contigo, y no pretendía que me vieras…
—¡No
tiene por qué disculparse! —exclamé interrumpiéndola, y sorprendiendo a todos.
Su mirada reflejaba desconcierto, y era obvio que la mía también—. Yo soy el que
debe pedir perdón, por todo. No debí entrar de esa forma a su habitación, ni
exigir respuestas por preguntas que no debía hacer.
—Yo,
este… —balbuceó, sorprendiéndome al verla tan nerviosa—. Acepto sus disculpas,
como espero, usted pueda aceptar cordialmente las mías.
—…Estoy a su servicio,
señorita Elena, ansioso de seguir con mis labores —dije, sorprendiéndome a mí
mismo.
Prosiguió un grato
silencio, por el que pude ver un brillo único en los ojos de la señorita, al
tiempo que una inconfundible calidez invadía mi cuerpo, mientras su rostro se
iluminaba con una sonrisa tierna. Nos miramos por unos segundos, y pude sentir,
una reconciliación:
—De ser así, ¡no se diga
más! —dijo alegremente, en sus característicos cambios de humor—. Vuelvan todos
a sus respectivas labores…en especial usted Jeffrey, ya que nadie cuida mis
flores como usted.
Y así, con una leve
reverencia, todos nos dispersamos. Estaba por volver a mis labores en el
jardín, cuando de pronto, fui abordado por dos de las criadas, reconociéndolas
como las que más acompañaban a la joven ama durante sus paseos al aire libre.
Les sorprendió por sobre manera el ver a su bella dama alegre después de mucho
tiempo, una verdadera y liberal alegría. Ante estos elogios, mi instinto me
movió a preguntar más cosas, y descubrí que los criados con los cuales convivo
actualmente, son la sexta generación, que tienen como deber cuidar a la joven
dama, cosa que me sorprendió mucho. Elena, aparentaba la edad de una niña de
diecisiete años, cuando en realidad, rondaba más allá de los doscientos; me
pareció inconcebible el que se hayan mantenido en el mismo lugar tanto tiempo,
pero comprendí que tiene cierta lógica debido a las catástrofes mundiales. Pero
ahora, ¿por qué se mantenían ahí?, pero ante tales preguntas, las criadas,
durante las labores matutinas, y entre platicas, me miraban con preocupación.
“La ama Elena no puede salir de aquí”, dijeron no sin cierto pesar, cosa que
despertó mi interés:
—¿Pero
porqué? ¡La guerra ha terminado!
—¿Puede estar seguro de
eso, señor Jeffrey?
La
verdad, después de tales descubrimientos, ya no sabía qué creer. Luego de tales
agravios, las sombras se volvieron luceros dentro de la mansión; entre trabajo
y trabajo, siempre había tiempo para miradas discretas, pláticas, incluso una
que otra risilla elocuente. La señorita Elena se encargó de guardar una enorme
colección de libros a lo largo de su historia, por lo que conocimientos, no le
faltaban en lo absoluto, aunque en nuestras conversaciones, ella prefería
hablar sobre leyendas y mitos, en especial sobre el vampiro. Tanta fue la
efusividad y nuestra confianza, que hasta me ofreció unos aposentos dentro de
la mansión, muy cercanos a los suyos, y yo, no pude declinar dicha oferta. En
una ocasión, por antojo infantil y ecuanimidad intelectual, ella llamó a todos
los criados, los puso en la sala principal, y nos instó a que contáramos
historias o cantáramos canciones juntos. Fueron verdaderas épocas de plenitud y
gozo. Aquel hombre de guerra con gusto por la sangre, solitario de cualquier
patria, había encontrado el placer de una familia, un lugar de pertenencia. Y
de tal calidez, no pasó mucho tiempo en desbordarse en acalorada pasión.
Terminaba
de mis labores matutinas con gran ahínco, pero cuando casi me entregaba a los
senderos del descanso, tales trayectos se vieron abruptamente obstruidos ante
el fortuito encuentro con la ama Elena, en paños menores, con el destino seguro
de un baño reparador. Pude degustar, con gran entusiasmo, pero con respetuosa
disposición, que debajo de tantos vestidos exóticos, se escondía la llameante
piel con las exquisitas formas de la juventud. Parece que su condición no
impedía todos los cambios que trae por fortuna la naturaleza de la edad, y no
me refería precisamente a los del espíritu. Me dijo que ella, efectivamente, se
encaminaba a darse un baño, pero que por desgracia, las criadas que se encargaban
de darle una limpieza completa, dormían plácidamente. Ella deseaba, por
manipulación o azar, que tal tarea recayera en mí; al ser su sirviente, ¿cómo
negarme?
Entramos al baño, y ella, sin
perder el tiempo, se quitó la toalla ante mí, enseñándome con una sensual
disposición los misterios de su inocencia aún intacta. Tratando de no
distraerme, dispuse todo para su baño, y con suma delicadeza, empecé a
enjabonar su bella piel:
—Jeffrey,
¿soy hermosa? —preguntó de repente.
—Es
usted divina.
—¿Me deseas?
Detuve
todos mis movimientos, apartándome un poco. Ella me dijo que podía ver mis
pensamientos, y con las fantasías eróticas, no era, para mi buena estrella, un
proceso diferente. No podía negarlo, pero me abstuve de cualquier intento, lo
cual provocó que ella dirigiera su mirada hacia mí. Era la primera vez que
tenía su rostro tan cerca al mío, y aunque quedé deslumbrado por su finura,
pude percatarme que sus ojos, no me eran indiferentes a ningún ayer. Ante mis
propios ojos, ella empezó a transformarse, adquiriendo mayor edad, reconociendo
en ella a la mujer del otro día; al parecer, aquella ocasión en los jardines,
ella dispuso todo para jugar con mi mente. Intentó provocarme, a lo que
respondí que no lucharía por una reina desconocida, sino por la flor que
conocí.
Sonriente una vez más,
nuestros cuerpos cerraron distancia frenéticamente, entendiéndome de nuevo con
los caminos del éxtasis ante la sensación de sus labios, de sus mordidas, de
sus susurros.
—No puedes mentirme, sé de
los deseos que guarda tu corazón —se alejó de mí, deleitándose al ver el deseo
en mis ojos.
Su cuerpo desnudo se
irguió ante mí, con extrema inocencia, ofreciéndome la auténtica flor de su
juventud. La observé preocupado, pero su sonrisa hizo desaparecer cualquier temor,
además de decirme que desde hace años, esperó a alguien con mi fuerza y pasión
para ofrecerle los frutos del Edén. Sólo
referiré, que aquella noche, el inicio de mi alegría, el inicio de mi
esclavitud hacia ella, me permitió recorrer sus extensos jardines, dándome a
probar infinidad de delicias. Nunca olvidaré la sensación de su lengua lamiendo
las heridas de mi pecho, mientras yo inhalaba el aroma de sus largos cabellos
obscuros:
—Amor
mío… —suspiró en medio de las sombras, a mi lado—. Siento tu alegría, pero
percibo tu inquietud, ¿qué te acongoja?
—…Aquella tarde, cuando
supe quién eras, en tu primera sonrisa… ¿cuál fue tu pensamiento?
Una ráfaga de viento chocó
contra mí, descubriéndome solo entre las sábanas. Al discernir entre las
sombras, me la encontré, con la mirada fija en el cielo, bañada por la tan
antigua luz de luna. Ante nuestra unión carnal, nuestros espíritus igual
estaban conectados, y pude saber, sin pesar, que una pregunta llevaba
irremediablemente a otra:
—Elena… —le dije, casi suplicante—.
¿Por qué permaneces aquí? Un ser como tú no debería vivir atrapada entre estos
ridículos muros.
Obtuve silencio, pero yo
supe esperar. Me mantuve quieto, controlando mi respiración, admirándola. En
veces, sentía irreal aquel instante, en el de su contemplación, pero siempre me
hacía volver a la realidad el incondicional amor que le tenía:
—Eran
los inicios de la quinta guerra que asoló al mundo, y debido a los progresos
armamentísticos del hombre, mi especio resultó diezmada…
“Estábamos
al borde de la extinción, y por ello, mi familia, el último clan, apenas con
unos meses de haber sido transformada, de haber sido iniciada, me trajeron
aquí, y realizando un antiguo ritual de juramento a la noche, levantaron una
protección eterna a estos terrenos inóspitos…yo jamás podría salir de aquí…al
menos, hasta que bebiera la sangre del primer amor, de aquel a quien amara, y
que claro, me amara a mí”.
—…Ha
sido una larga espera —dije, admirado por la figura de su cuerpo desnudo.
—Si
—dijo melancólica—. Al principio intenté por todos los medios salir de este
lugar, pero nunca encontré a nadie a quien amar, nadie a quien ofrecerle mis
pasiones.
—…Te comprendo a la
perfección.
Sentí
sus pensamientos viajar a través de la noche, nuestra noche, volviéndome a
rendir a los encantos de su piel, con el anhelo de aquel instante, donde me
volvió loco con su sola presencia por primera vez. Escuché sus suspiros, los
cuales fueron encendiéndome, entre caricias discretas. Besaba sus piernas con
pasión, sus senos con delicadeza, y bebía el néctar de sus jardines, donde su
flor más hermosa ya ha florecido. Entre el deseo y la decadencia le susurraba
que mi vida le pertenecía, y que si debía darla para su libertad, lo aceptaba
con gusto. Me lo negó, más de una vez, mientras sus dedos formaban rasguños
enrojecidos a lo largo de mi carne, diciéndome con sintiente verdad, que no
necesitaba ver un mundo, más que el reflejado en mis ojos.
Al
entregarnos nuevamente en las infinitas artes de la lujuria, el silencio
consecuente provocó que mis pensamientos divagaran ante las dudas que
permanecían en mí sobre el mundo exterior. Encontré en Elena no sólo una
familia, sino la mujer que despertó aquel fuego que hace eones creí extinguido,
y era obvio que quería permanecer a su lado…pero un pensamiento seguía
molestándome. Si algo he aprendido a lo largo de mi vida, es la incansable
contradicción que tienen las personas ante su entorno; el hombre de todos los
tiempos, sólo llega a vislumbrar la paz luego de la destrucción, de un
derramamiento de sangre, pero incluso tal prosperidad es una ilusión pasajera.
Con la incansable hambre de poder, ante la falta de un adversario, se intentará
buscar a otro. Sentí un escalofrío recorrer mi alma, recordando la pregunta de
hace algunos ayeres: ¿la guerra realmente había terminado? Si y lo sabía, pero
tenía el presentimiento y el temor, de que una nueva se aproximaba, donde los
justos otra vez tendrían que ofrecer su sangre ante reyes que no conocen.
Los
días, los meses, y los años pasaron ante mis ojos, provocando la debilitación
de mis miembros, pero no la de mi espíritu ni mis virtudes. Elena, mi ama y
señora, se mantenía igual, fresca como la más bella flor, permitiéndome aún un
lugar en su lecho. Viví con esta pequeña niña épocas de alegría, de pasión y
sosiego, y tales fueron los gozos aquellos años, que mis preocupaciones se
quedaron con el tiempo y sus entornos. Las estaciones sucumbían una tras otra,
y con calidez, nos sobrevino la primavera, donde yo trabajaba continuamente en
los jardines donde plantaba algunos alimentos, y era custodiado por la
impecable mirada de mi dueña. Precisamente cuando el amor nos inundaba, es
cuando se recibió el primer aviso.
Los
criados pudieron avistar por los horizontes visibles desde la mansión, grandes
columnas de humo que se extendían por varios kilómetros a la redonda. No
recordaba la última vez que Elena y yo nos vimos con tal preocupación, pero
tales semblantes, y tales sentires, cedieron lugar a lejanos pero familiares
sonidos de muerte; los conflictos en tierras vecinas, como en las historias de
nuestra antigüedad, han empezado a manifestarse en nuestro entorno. Aunque
vivíamos en un rincón alejado del mundo, pensábamos, inocentemente, que los
problemas exteriores tardarían mucho en aparecer. Pero por desgracia, tales
días habían llegado. Fue por tales circunstancias, que desempolvé mi viejo
traje bélico, y me ponía a inspeccionar los terrenos circundantes de la mansión.
Al principio, como era de esperarse, no encontré nada, pero luego de algunos
días, pude notar algunos movimientos extraños entre el follaje, y toparme con la triste realidad, de que la
mansión, era vigilada por numerosos campamentos escondidos, más por su recién
descubierta tecnología, que por el entorno en sí.
Los
pasos que antes me llevaban de forma descendente a la locura, ahora me conducían
hacia la tristeza, de regresar a un templo, a un hogar, que no podía defender.
Nunca olvidaré el más preciado de mis recuerdos, de la conciencia que aún se
mantiene en el dispar de mi esencia, el cómo mi ama, mi dulce señorita, Elena,
se acurrucaba junto a mí, y cómo posando nuestra mirada hacia el ocaso, llegado
el anochecer que no auguraba un nuevo mañana, fui asaltado por el terrible,
pero aun así dulce pensamiento, de estar ante mil naciones en guerra, contra
nuestro amor.
Odio,
locura, muerte, gritos bajo las llamas de la inclemencia, o al menos así lo
recuerdo cuando fuimos invadidos por un grupo menor de soldados. ¿Cuánto se
resistió?, ¿la historia no guarda el tiempo de los combates?, sólo los que
deben ser conocidos, en los que se intenta mostrar que se luchó por lo
correcto, ¿pero y todas esas batallas donde se permaneció en pie, por
verdaderos ideales? Perdidas, olvidadas, todo sea por mantener una paz
intermitente. Elena, no tenía el más mínimo conocimiento en lucha, jamás había
peleado en su vida, pero más que nada porque no tenía razón para hacerlo, y tal
razón yacía tendida ante la derrota, ante las heridas, ante una mirada piadosa
que clamaba por una salvación y por mantener la verdad de un romance
sorpresivo. Así fue Elena, ¡luchó, luchó y luchó!, hasta que fue la única en
pie…mientras que yo me paseaba por el borde de la muerte.
Cuánto
tiempo nos miramos no sabría decirlo, pero para mí, duró una eternidad sin
saberlo; las palabras sobraban. Acaricié su rostro, reclamando el último
sentido de su piel antes de la hora última, pero sosteniendo mi mano, nos
sobrevino una esperanza.
Por
naturaleza imaginativa, el final de una historia es el comienzo de otra muy
distinta. ¿Por mi final, preguntan? No lo tuve, y bien lo comprendí al sentir
los renovados colmillos de mi ama reclamando mi ser para su entera libertad. La
sangre es vida, y así mi espíritu pudo quedarse con ella. Digno de su especie,
ella conoció lo que era el éxtasis, y los secretos de la eternidad, y todos los
dones que ello implicaba. Elena, mi dulce Elena, fue libre, y yo, su eterno
esclavo, su eterno amante. Nuestros viajes iniciaron, y con práctica, ella
logró acercarse una vez más a mí, en un plano más allá de la muerte y de la
vida, degustando pacientemente de sus miradas. Probé los frutos de permanecer
en su interior, las sensaciones abismales de su espíritu, probando tanto los
consuelos de su amor, como nuestros singulares ditirambos de tortura y
ferocidad, complaciéndome, educándome, maltratándome y amándome como nadie
jamás lo había hecho.
Vivimos
en un mundo en guerra, ¡siempre en guerra!, y queríamos demostrar que la paz no
era sólo posible, sino necesaria. Exiliaríamos a los reyes desconocidos, y
predicaríamos la belleza de las flores al mundo, pero para proteger ese ideal,
haría falta de algo más allá de la voluntad o el amor. Lo que mantiene un
ideal, es vivirlo en carne propia, y me sentía muy feliz, que al lado de Elena,
tenía una eternidad para hacerlo.
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