La
eterna transformación humana.
Susurros
redentores sobre la existencialidad y la contradicción.
Vivimos en la era de las
posibilidades.
¿Es el amor un llamado a la
vida?, ¿son las elecciones una manifestación del caos primordial?, ¿es la
existencia una escenificación donde persiste en un solo actante la realidad
protagónica y la antagónica?, ¿es la imaginación humana un camino importante para
la superación de todo límite, hasta alcanzar la divinización? Las preguntas,
como el fruto prohibido que nos alejó de una quieta inmortalidad, nos arrojan
sin retorno a las profundidades más claras de nuestro ser. Me he sorprendido a
mí mismo, en reiteradas ocasiones, la facilidad con la que vislumbro el
universo sobre la palma de mi mano, y cómo tal realidad se extiende por caminos
infinitos. ¿A dónde nos llevan esas posibilidades?, ¿qué mundos somos capaces
de escuchar, de oler, de sentir, a través del caos y el equilibrio?, ¿sería
imposible romper las limitaciones que dividen la imaginación de la realidad? Lo
dudo mucho, porque si me atreviera a ponerme en el papel de Dios, como el gran
escritor, yo no dotaría a mis personajes de límites que no pudieran trascender.
Mi pensamiento es asaltado por
una vorágine de incógnitas, y en medio de tal griterío, me dejo concebir un
azar latente, pero sin abandonar la creencia de la nula casualidad. ¿Qué es un
artista?, ¿qué implica serlo?, ¿cuál es su propósito?, ¿qué consecuencias trae
su sola creación? Responder esas dudas sería tanto como responder otras: ¿qué
es ser héroe?, ¿qué es ser asesino?, ¿qué es ser virtuoso?, ¿qué es ser
pecador? Tantos dilemas distintos, sin ser concluyentes, todos bajo la sola
perspectiva de una gran verdad: todo está
cambiando.
Yacemos en una época de
extraordinarios sucesos para el espíritu humano, siendo mudos testigos de cómo
viejos balances se destruyen, y nuevas formas emergen de sus cenizas. Las
manifestaciones inequívocas del poder supremo, la conciencia prima que rodea a todos los seres vivientes de todos los
mundos concebidos por la imperceptible y subestimada habilidad de la
imaginación, nos hace cuestionarnos, hoy más que nunca, ¿cómo se llama aquello que ha
sido llamado a lo largo de la humanidad, por mucho nombres? A lo largo
de nuestra historia nos hemos cuestionado la existencia de un algo más
prodigioso, un elemento sintiente más allá de toda lógica o raciocinio, una
energía penetrante que dio lugar a todas las cosas. Como tal, alocada,
poderosa, viva, aquello se ha manifestado en diversos rincones del cosmos, por
lo que ha sido interpretado en muchas maneras por diversos seres, siendo
bautizada por muchísimos nombres. Debe ser indudable nuestra unión con lo
divino, con aquello, siempre y cuando pase antes por una decisión consciente,
sin apresurar, cabe decirlo, los múltiples procesos que eso conlleve. ¿Qué
intento decir con todo esto?, ¿disparates?, quizá, en mí no sería algo nuevo,
pero trato de expresarlo con la mayor importancia, porque es necesario hacerlo.
Las posibilidades existen, son reales, viven, si uno decide ello. ¿Yo lo he
decidido? Eso es aún más complicado.
A un nivel exclusivamente
literario, jugar con las posibilidades y su realidad, me permite un proceso
creador más libre, más disfrutable, y con resultados sorprendentes. Pero a un
nivel vivencial… ¿qué tan peligroso sería el concebir mundos más allá de
nuestro entendimiento?, ¿y qué peligros conllevaría el no hacerlo?, ¿qué
responsabilidad recae sobre mí, como creador de historias, como escritor, el
mantener en el filo de la navaja tales interrogantes?, ¿en qué me convertiría?,
¿en un joven de fe?, ¿en un mentiroso?, ¿un delirante?, ¿un idealista?, y en un
caso hipotético, ¿el aceptar tales ideales, no sería un llamado masivo hacia
todos esos mundos imposibles?, ¿qué me atemoriza?, ¿la realidad…?, ¿o la
irrealidad? Muy interesante, ¡en demasía!, más cuando sientes que ya has tomado
dicha decisión desde hace mucho tiempo.
¿Qué implica esta gran era de las
posibilidades?, ¿qué significa el adentrarse a ella? Algo muy simple: incansable búsqueda de los auténticos
límites. La constante evolución ideológica de todo ser viviente lo lleva a
superar lo imaginable y lo inimaginable, conociendo lo milagroso como lo
aterrador del existir. Honremos el pasado, y comprendamos muy bien que éste
jamás nos abandona mientras tengamos una noción de ello en nosotros mismos,
pero el ensayo general ha concluido, los libretos se guardan, el gran telón se
abre, y llega la hora de actuar.
Un nuevo camino apenas comienza,
y donde varios héroes y elegidos nos indicaron el camino al umbral más próximo,
nos toca decidir a las generaciones futuras si cruzarlo o no. Sé que estas
radicales palabras son dignas de un predicador obsesivo y cerrado, por lo que
quiero afirmar que estas palabrerías, dichas de la manera más inocente, no son
nada novedosas, debido a que la existencia siempre ha permanecido en constante
cambio, sólo que una vez más, todos juntos, atravesamos hacia una nueva época,
quizá una de las más duras de todos los tiempos.
Donde exista un dios, existirá
un demonio; donde exista un héroe, existirá un villano; dónde exista un
artista, existirá un títere; donde exista un protector, existirá un destructor.
Al filo de la propia humanidad, se topará uno con una locura hipnotizante,
donde incluso en los ojos de la monstruosidad, verás reflejada tu más sincera
sonrisa.
“Desde su nacimiento la figura del héroe ofrece la imagen de un nudo en
el que se atan fuerzas contrarias. Su esencia es el conflicto entre dos
mundos”, certeras palabras del poeta Octavio
Paz, pero debo añadir, en tono de pregunta, ¿sólo un par de mundos?, ¿acaso
no hice hincapié en esta infinidad imaginativa y creadora?, en este afán de
locura, capaz de generar el beso más tierno o el genocidio más trágico, el ser
humano es capaz de fragmentar la realidad en posibilidades, ¡de todo tipo!,
siendo digno homenaje a su interior en diferentes niveles. El placer y el dolor
arden en nuestra alma, por lo que nos es sencillo concebir no sólo una
dualidad, no sólo una totalidad, ni siquiera una sola universalidad, sino toda
una existencialidad, que muchas veces, tanto en un hacer cotidiano como
heroico, cae en una enorme contradicción, la eterna batalla de nuestra mente.
Siendo enemigos tan acérrimos, y
a la vez, tan parecidos, estos contrincantes milenarios dentro de la psique
origen de la humanidad, uno se pregunta, ¿qué resultará de esta gran batalla?,
¿existirá un ganador?, ¿qué se destruirá y qué permanecerá? Nadie lo sabe, sólo
podemos hacer continuas suposiciones, y esperar una gran transformación, no
sólo para toda la existencia, no sólo para toda la realidad, sino para nosotros
mismos.
El arte, como creación, debe
aspirar a una trascendencia más elevada, más allá del dominio de la técnica o
la evocación de emociones. El arte con el propósito de inspirar el cambio, promover
la reflexión, y transformar el interior del ser hacia su máximo potencial.
Obviamente, hay que comprender las consecuencias de una libre interpretación, cuando
se interioriza una obra bajo una postura únicamente personal. No estoy en
contra, sépanlo desde este instante, en este peculiar proceso de
interpretación, sólo que me es interesante cómo la habilidad interpretativa
puede hacer la diferencia entre una cosa y otra, siendo que existen aspectos
que deben estudiarse. Profundicemos en cómo la propia destrucción y violencia
ha motivado a construir obras que han quedado para la posteridad, y es
innegable ver en algunas un rayo de esperanza, que aspira hacia algo superior,
pero existen otros casos en los cuales, obras que tenían la mejor intención, o
por lo menos, estaban más encaminadas en temáticas filosóficas, fueron
interpretadas de tal forma, que provocaron muerte, masacre, incluso genocidio.
Ejemplos de esta última parte no me faltan, ¿pero cuál sería el caso de
nombrarlos?, estoy segurísimo que muchos conocen ejemplos específicos de tal
problemática, por lo que cabe decir, a la luz de tal evidencia, la importancia
y responsabilidad que supone la fabricación de un mensaje, aunado a la creación
de una obra artística.
La contradicción ha permanecido
en la vida humana desde sus orígenes, adoptando diversas apariencias en los
diferentes aspectos de su continuidad, y puedo decir inequívocamente que,
aunque pueda existir un propósito constructivo al vislumbrar tal enfrentamiento
interior, siempre debe existir un momento decisivo, un instante climático donde
uno se detiene, y dirige su rumbo visualizando un cruce. Creo en lo que hago y
decido construir a partir de ello… ¿con que propósito?, el de decir que nuestra
existencia se transforma, ¿hacia dónde?, sólo uno lo sabe. Con un interior tan
extenso e infinito, ¿qué posibilidades despiertan? Sigamos cambiando. Sigamos
viviendo.
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