Libre.
Los pasillos de la escuela eran ocupados
por cientos de alumnos que caminaban hacia sus respectivas clases; los podía
ver bien donde estaba, a todos ellos, pero sólo me interesaba alguien, ella. Siempre recorría el mismo trecho
de un salón a otro, y por eso yo permanecía en ese sitio, para verla pasar,
para saborear su presencia lejana, para observar su cabello, sus ojos, su
sonrisa, su ropa tan ajustada a su cuerpo dejaba ver una piel sensible al
tacto, la cual formaba curvas y senderos que me encendían más que el infierno.
Siempre recorre el mismo camino hasta su siguiente clase, y yo siempre la
esperaba a ella en específico, sólo para verla pasar, pero en esta ocasión todo
cambiaría: éste es el momento, hoy no sería como siempre.
No sé cómo agarré fuerzas para levantarme
de mi habitual lugar en las escaleras, pero lo hice; no sé de donde saqué
fuerzas para dar el primer paso, luego otro, y otro hasta encaminarme hacia el
camino que ella seguía. Mi corazón latía con tanta fuerza que me lastimaba y me
hacía tambalear, pero nada me detendría, me
dije, porque hoy es el gran día, el único
día…y el último día.
A cada paso, su perfume olía más fuerte,
podía detectar el olor de su cabello, de su ropa, de su piel; cada olor se
volvía más fuerte, tratando de arrastrarme a mis bajos instintos, pero me
contuve, porque nada me detendría, porque
hoy es el gran día, me repetí mentalmente. Finalmente me le acerqué y le
toqué un hombro, ella se me quedó mirando rara, pero me preguntó amablemente si
necesitaba algo. Me quedé un momento en silencio donde ella puso un gesto de
duda mientras miraba en otra dirección; la entendía ya que no era natural
detenerse en medio de la marea de estudiantes. Seguí sin hablar mientras
deambulaba en sus ojos, en esa mirada tan inocente, pero al mismo tiempo tan
mujer, llena de dudas y miedos, llena de presiones escolares y sociales, y por
supuesto tanta insaciable lujuria; era verdaderamente exquisito apreciar eso,
pero me distraje, porque nada me
detendría, porque hoy es el gran día, me repetí por última vez.
Ella preguntó por segunda vez si deseaba
algo, y yo inconscientemente sonreí, no sé porque; saqué la rosa que estaba
guardando y se la ofrecí; sus labios formaron una casi imperceptible sonrisa,
lo cual me dio más confianza.
“Me
gustas” susurré.
Sus ojos me vieron llenos de sorpresa, de
duda, de preocupación, de lástima, de miedo, pero sobre todo, de esperanza. Era
ahora o nunca: saqué una pistola y la asesiné.
Hasta el día de hoy sigo recordando esa
mirada, no por culpa, sino por alegría, ya que es un símbolo, una bandera a mi
triunfo. Aún lo recuerdo: saqué la pistola y la asesiné. Fui libre.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Con gran placer leeré cualquier comentario y crítica. Agradezco tu tiempo.