martes, 6 de octubre de 2015

Libre.

Libre.


Los pasillos de la escuela eran ocupados por cientos de alumnos que caminaban hacia sus respectivas clases; los podía ver bien donde estaba, a todos ellos, pero sólo me interesaba alguien, ella. Siempre recorría el mismo trecho de un salón a otro, y por eso yo permanecía en ese sitio, para verla pasar, para saborear su presencia lejana, para observar su cabello, sus ojos, su sonrisa, su ropa tan ajustada a su cuerpo dejaba ver una piel sensible al tacto, la cual formaba curvas y senderos que me encendían más que el infierno. Siempre recorre el mismo camino hasta su siguiente clase, y yo siempre la esperaba a ella en específico, sólo para verla pasar, pero en esta ocasión todo cambiaría: éste es el momento, hoy no sería como siempre.
No sé cómo agarré fuerzas para levantarme de mi habitual lugar en las escaleras, pero lo hice; no sé de donde saqué fuerzas para dar el primer paso, luego otro, y otro hasta encaminarme hacia el camino que ella seguía. Mi corazón latía con tanta fuerza que me lastimaba y me hacía tambalear, pero nada me detendría, me dije, porque hoy es el gran día, el único día…y el último día.
A cada paso, su perfume olía más fuerte, podía detectar el olor de su cabello, de su ropa, de su piel; cada olor se volvía más fuerte, tratando de arrastrarme a mis bajos instintos, pero me contuve, porque nada me detendría, porque hoy es el gran día, me repetí mentalmente. Finalmente me le acerqué y le toqué un hombro, ella se me quedó mirando rara, pero me preguntó amablemente si necesitaba algo. Me quedé un momento en silencio donde ella puso un gesto de duda mientras miraba en otra dirección; la entendía ya que no era natural detenerse en medio de la marea de estudiantes. Seguí sin hablar mientras deambulaba en sus ojos, en esa mirada tan inocente, pero al mismo tiempo tan mujer, llena de dudas y miedos, llena de presiones escolares y sociales, y por supuesto tanta insaciable lujuria; era verdaderamente exquisito apreciar eso, pero me distraje, porque nada me detendría, porque hoy es el gran día, me repetí por última vez.
Ella preguntó por segunda vez si deseaba algo, y yo inconscientemente sonreí, no sé porque; saqué la rosa que estaba guardando y se la ofrecí; sus labios formaron una casi imperceptible sonrisa, lo cual me dio más confianza.

“Me gustas” susurré.

Sus ojos me vieron llenos de sorpresa, de duda, de preocupación, de lástima, de miedo, pero sobre todo, de esperanza. Era ahora o nunca: saqué una pistola y la asesiné.

Hasta el día de hoy sigo recordando esa mirada, no por culpa, sino por alegría, ya que es un símbolo, una bandera a mi triunfo. Aún lo recuerdo: saqué la pistola y la asesiné. Fui libre.

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