ESCRIBIR.
Análisis y respuesta a conocimiento.
Una vez más, dirigiéndome a un auditorio
inexistentemente real, ubicuo y único, quisiera dar forma y respuesta a muchas
de las inquietudes que me han surgido a causa de un ensayo que escribí ya hace
algunas noches, y poner orden acerca de lo que para mí representa el arte de
escribir.
¿Por qué
escribo?
Esta es la
pregunta que me asaltó en cierto momento, y realmente, no supe cómo
responderla. Sin lugar a dudas escribir me emocionaba, me hacía sentir vivo, pero
muy a pesar de las ricas sensaciones que me provocaban, creía, ¡creía!, que
debía darle un motivo más especial que el mero hecho de hacerme sentir bien.
Creo que me di cuenta de mi error la vez que gané el concurso de cuento y
poesía en la universidad, por segundo año consecutivo, ganando primer lugar en
poesía, y segundo lugar en cuento; escuché mi nombre, dos veces, pasé al
frente, todos aplaudieron, recibí libros, y me sentí bien…pero no me sentía
lleno, ¿me comprenden? No me sentía como si en verdad hubiera triunfado en
algo. Para mí fue muy significativo el trayecto que tuve de la universidad a mi
casa, mi propio regreso al hogar, yo solamente, cargando libros, en un camino
de nocturna claridad. No era la primera vez que como héroe solitario iba por mi
propio sendero, pero en ese instante iba cargando con un cálido sentimiento de
humildad, llevando la sombra de un vacío que se arrastraba como insecto
reptante a mis espaldas, la duda inherente que me dejaba la acción de triunfar
en la vida con mis escritos…
Volví a leer mis
escritos, los que eran ganadores en ese concurso, y más que sentirme orgulloso,
sentí un extraño sentimiento de familiaridad, asaltado por los recuerdos y
momentos que me hicieron escribir poesía e historia. Fue cuando lo comprendí todo:
yo ya había ganado, yo ya había triunfado por el mero hecho de haber escrito
aquello, porque escribir, para mí, no es otra cosa que un constante hacer
transformador de ti mismo. No escribo para que mis historias se publiquen, y me
den la imagen de escritor frente a los demás, siendo famoso. La fama, es una
consecuencia, sólo un pequeño resultado que se presentan en momentos donde
alguien te reconoce como tal; pero es efímero…al azar. Ninguna fama se puede
comparar con el sorprendente poder de plasmar y traducir el mundo interno al
mundo externo, con los cambios y experiencias que eso conlleva. Cuando
escribes, y logras hacerlo, no se trata de que “vas” a ser un triunfador por lo
que escribiste, porque uno ya lo es, ya eres triunfador por el hecho de haber
escrito algo, porque ese escrito viene de ti, es lo que eres, una extensión
interno-real de ti mismo. La fortuna, la fama, la atención que alcanzas al
escribir algo, son meras consecuencias como dije antes, ¿Por qué cómo puedes
comparar esas cosas, con las increíbles transformaciones que sufres tú con el
arte de escribir? Escribir te hace aprender, te hace cambiar, y por lo tanto te
hace crecer. Y no es algo que se deba presumir, porque aprender, cambiar y
crecer, ¡todos lo hacemos! A su manera; la mía es escribir, pero cuando uno
dice que debe presumir lo que escribo, me pregunto… ¿presumir qué?, ¿presumir
que hago algo que hace todo mundo?, ¿debo presumir el proceso transformador que
me provoca la escritura, cuando todos tienen el potencial de llevarlo a cabo? No me hagan perder el tiempo, yo les
diría.
Si algo debe
entenderse con respecto a lo que escribo, es que nunca utilizo la verdad
absoluta, es imposible, porque pensándolo, ¿hay una verdad absoluta? No lo
creo, y si la hay, ni me la presenten porque no siento que nos llevemos bien.
Cuando escribo, hablo desde mi verdad, desde mí, y sólo de mí, porque tampoco
siento que deba obligar a nadie a mi verdad. Al escribir pongo especial
atención en eso; ¡pongo y escribo a lo que le apuesto, por supuesto! Pero eso
viene de mí, porque es en lo que yo creo. Escribo diciendo que no te sientas
comprometido, que puedo decir cierto grado de razón porque tengo cierta base
académica, literaria, y en otros campos del conocimiento, pero todo eso ya está
masticado, y te estoy mostrando lo que pasó por mí; siempre estaré seguro de lo
creo, pero nunca voy a imponértelo, quien quiera que seas, porque tú eres tú, y
yo soy yo.
En el ejercicio que hicimos para la clase de
Literatura, acá en Orchestra Artes Escénicas, mi compañía de teatro, sobre
hacer un ensayo filosófico utilizando el lenguaje de antiguos filósofos de la
época griega, hice algo singular: hice y no hice trampa. Para emular el
lenguaje de sujetos como Platón o Aristóteles, me dije que tendría que estudiar
más a fondo su ideología para apenas acercarme, por lo que me concentré
enteramente en Sócrates, y me hice las preguntas de porqué él no escribió nada,
a lo que surgieron las primeras palabras de mi ensayo:
“Aquel filósofo Sócrates fue singular por el hecho de no
dejar ningún escrito redactado por él, saliendo exquisitamente del problema
formalista de plasmar con letras, palabras, oraciones, y párrafos enteros, todo
el infinito de preguntas que guardaba en su constante pensar ante la vida. Dudo
seriamente que no le haya pasado por la cabeza el querer escribir algo, y
cuando me lo cuestiono, me pongo a pensar seriamente en el estilo único que
hubiera empleado este preguntón de la época Griega; izando mi bandera de
ignorancia, puedo decir que no sé realmente si no escribió nada, porque tal vez
si escribió algo, y no lo dio a conocer, pero de ser así, ¿cómo hubiera
influencia a la literatura de todos los tiempos, el querer plasmar todo ese
fructífero y constante conocer?, ¿además de aportar, habría cambiado en algo la
forma en como vemos al mundo hoy en día? Sinceramente no lo sé, me atrevo a
pensar que es posible, aunque no sé exactamente qué. Sea como sea, el habrá
tenido sus razones para no escribir, o más bien no dar a conocer sus escritos,
si es que creó alguno. Después de aquella época, donde ese preguntón de nombre
Sócrates, andando por la vida de allá para acá, despertando con el “conócete a
ti mismo”, y yéndose a dormir con el “sólo sé que no sé nada”, ahora llego yo,
portador de la bandera de la ignorancia, lo que me permite ser soñador,
observador y pensador, dándome la libertad de que en este pequeño ensayo pueda
compartir los pensares en el silencio de mi vida y mi muerte”.
Me gusta decir que
con respecto a este ejercicio emulé el lenguaje de Sócrates, obviamente con la
broma y la trampa implícita de que no sabemos cuál hubiera sido su estilo
literario. Aunque me atrevo a pensar que con frases como “conócete a ti mismo”,
y “sólo sé que no sé nada”, ya te dan algo en qué pensar, porque el conocerse a
sí mismo implica reflexión viva, y es complicado porque se entrecruzan el mundo
interno y el mundo externo a más no poder, para que al final del día digas que
aún no te conoces a ti mismo…pero eso para mí no es una visión fatalista,
porque uno nunca deja de conocerse a sí mismo porque siempre está aprendiendo,
siempre está cambiando, y por lo tanto, siempre está creciendo. Cogito ergo Sum, pienso, por lo tanto
existo; ese Descártes también era un loquillo. Aceptarte a ti mismo como un
todo en continuo crecimiento y cambio, es una forma muy bella de conocerse,
porque siempre hay algo nuevo en ti.
Ahora…con respecto
a algunas ideas que comparto en mi ensayo, que en cierto momento puede parecer
que me las chuté descaradamente, pues puedo decir que es una estupidez pensar
aquello, porque el hecho de que coloqué esas ideas en mis ensayos
continuamente, parte de dos principios. El primero es que hay cosas en la vida
que me impactan, y tan me impactan de alguna forma que me quedo asombrado,
pensando en ello durante muchísimo tiempo, analizando y viendo todos los
enfoques posibles de esa idea; la estiró, la hago bolita, la observo, veo cómo
reacciona en otras situaciones, la vuelvo a estirar, a machacar, la hago
bolita, espero que se desenvuelva, y me pongo a observarla nuevamente. Una
principal fuente de ideas que tengo es Orchestra, al leer mi ensayo, podemos
detectar de dónde vienen todas esas ideas:
“Escribo
para mí, pero decido compartirlo con quien lo desee, y también decido mostrarlo
por voluntad propia; esto sigue el principio como el que tengo para el día de
mi muerte: que quien me recuerde, me recuerde como quiera recordarme, y si es
que desea recordarme en primer lugar”.
Ese último
pensamiento viene de directamente de las clases de Mitología en Orchestra,
acerca de cómo vemos a la muerte, y cómo esperamos afrontarla.
“En
aquellos instantes cuando daba un paseo casual por la calle, decidí tener mi
juego favorito para mis paseos de observación, y este juego se llamaba “retrato
de la humanidad”, el cual consistía en sentirte ajeno a la humanidad como si
vieras un enorme retrato frente a ti; uno sabe que jamás puede ser ajeno a la
humanidad, por el simple hecho de ser humano, pero es muy divertido porque
puedes por unos segundos sentirte otra persona, y ver todo con un enfoque
distinto”.
ECOS Y LAS PAREDES, Escena final
con el monologo de Ruthilia: “Cuando me
encuentro a solas en mi cuarto pretendo guardarme del mundo, pero es imposible:
sigo en el mundo, no hay tal trinchera, así que tarde o temprano mi verdad y la
verdad del mundo se enfrentan”.
Mis ideas acerca
de las máscaras conscientes e inconscientes, parten del universo de máscaras y
muecas; la bandera de ignorancia de un comentario que hizo mi director David
Arneth Cohen en clases de teatro. Y la lista sigue y sigue. El segundo
principio del conocimiento que me impacta, es el deseo de hacerlo mío, y como
lo expliqué antes, pienso en tantos enfoques diferentes de una idea, la mastico
centímetro a centímetro, hasta que la comprendo, bajo mi enfoque, y decido
utilizarlo, porque ya es diferente, ya es mía para usarse. Y todo ello me
permite desarrollar y engrandecer este universo de ideas que parten de mi
creencia acerca de la existencia como un ente vivo, que se fragmenta en
posibilidades ilimitadas, y cómo el ser humano es un creador de vida, al
pensar, imaginar, y hacer.
Este ejercicio también lleva a la conclusión
de cómo una idea desentraña otra, y cada una por lo tanto está conectada, por
ínfima que sea la relación. Un ejemplo de eso es “el retrato de la humanidad”,
el juego que realizo en mis paseos ocasionales:
“En aquellos instantes cuando daba un paseo casual por la
calle, decidí tener mi juego favorito para mis paseos de observación, y este
juego se llamaba “retrato de la humanidad”, el cual consistía en sentirte ajeno
a la humanidad como si vieras un enorme retrato frente a ti; uno sabe que jamás
puede ser ajeno a la humanidad, por el simple hecho de ser humano, pero es muy
divertido porque puedes por unos segundos sentirte otra persona, y ver todo con
un enfoque distinto. Si algo tuvo el ser humano desde el inicio de los tiempos,
es el don de la interpretación, la libertad de ver las cosas en millones de posibilidades
distintas; así yo lo hice, que recordando e imaginando una escena narrada a
mí, acerca de un demente que se excitaba con la sangre de los cuellos
degollados, decidí portar un silencioso aire asesino, olisqueando a todos los
seres a mi alrededor en espera por mi próxima víctima”.
Y aunque haya sonado repetitivo, era necesario
mostrar el fragmento completo, porque aquí, se ejemplifica perfectamente el
cómo una idea lleva a la otra, sin importar cuál sea, y por ello la subrayo:
“El juego se puso interesante porque me permitía poner
especial atención a cuellos de todos los tipos, imaginando sensuales cortes
sobre la piel, lo que a su vez me hizo sentir una punzante sensación sobre el
propio, algo así como náuseas de emoción, un ligero escalofrío que ponía tu
cuello tembloroso, un miedo y aberración terrible a que esa parte sea dañada,
pero al mismo tiempo una ansia insoportable de que finalizara la incertidumbre".
"Sé que tal vez hice, y hago, un énfasis algo exagerado a
ello, pero cuando imagino un cuello cortado, invariablemente tengo la
sensación, parte en miedo de que le suceda algo así al mío, pero también una
fascinación por ver cómo la sangre corre, aunque quizá no sea fascinación, sino
morbosidad, lo cual es diferente a una simple curiosidad. El punto es, que esa
sensación se concentra en mi cuello, y me hace sentir incómodo…pero
extrañamente atento”.
Algunos al leer
este fragmento podrían decirme que me vaya de plano a un psicólogo, ¡pero no es
lo que piensan! Y ni siquiera por el hecho de que no es algo irreal, ya que en
realidad tengo esa sensaciones, ¡pero no me voy a poner a cortar cuellos para
culminar esas sensaciones! No necesito hacerlo, ni tengo la inquietud de
hacerlo; simplemente lo escribí, porque es algo a lo que me remitió el juego, y
es eso, sólo un juego, ¡ni siquiera actuación! Porque si nos remitimos a la
obra de actuar o no de Héctor Mendoza, vemos que alguien que “actúa” para sí,
no está verdaderamente actuando, porque no parte del principio de estar activo
y presto a un público que le observa.
En este fragmento,
aparte de plasmar sensaciones reales, muestro cómo una idea, invariablemente,
te puede llevar a otra, y cómo Sócrates, en su momento debió hacer lo mismo,
porque reflexionando, ¿qué no le debió pasar por la mente a este cabrón? Las
sensaciones que tuve por la escena que me contaron me llevaron al juego, y de
ese juego me llevó a pensar en las máscaras que me pongo y me ponen, y de mis
máscaras pensé en los tipos de máscaras que existen según yo, para luego llegar
a pensar en el interior expansivo del ser humano, lo que me llevó a la
actuación como actividad creadora:
“El ser humano es un creador por naturaleza. Un actor,
sobre el escenario, que ya ha construido un personaje, le es permitido en su
mortal condición, entrar en un espacio de vida encarnada y latente; el hecho de
que la actuación, la interpretación de un personaje, sea una actividad
holística y pensada, no quita el hecho de que por unos segundos, el mismo
espacio ocupado por el actor, sea ocupado por un ente pensante, dotado de una
realidad tangible y palpable. La actuación es la habilidad de algunos seres
humanos para traducir el mundo interno en realidad fructífera, y como el ser
humano se asemeja al universo mismo en el que estamos, ya que ambos atraviesan
por cambios y umbrales, ¿es atinado pensar que como el actor da vida a su
personaje, realmente permite la manifestación vivida de un ser distinto al
actor, dentro de esta realidad?, ¿posible o imposible?, ¿funcional o
disfuncional?, ¿verdad o mentira?, ¿bien o mal? No nos limitemos: es una
posibilidad, ¿y una posibilidad es real o irreal? He ahí la cuestión”.
Concluyendo: escribo para mí. Uno puede compartir
sus historias, y éstas tienen el potencial de cambiar vidas, invariablemente, y
cuando ocurre es algo maravilloso, pero cual Don Melquiades, un personaje que
compartía su conocimiento con los necesitados, pero que no aplicaba los
conocimientos para él mismo, me lleva al hecho de que si todo eso que escribes,
no pasa por ti, no te transforma, y no llegas a comprender un escrito tuyo como
una extensión interno-real de ti mismo, ¿cómo crees que vaya a ser ese
compartir tus historias?, ¿disfrutable?, ¿realmente esas historias llegarán a
las personas de una manera profunda? Puede que si, es posible… ¿pero dónde
quedaste tú?, ¿y si tú no crees…qué razones le das a los demás para que lo
hagan?
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